25 oct 2010

DOMINGO MUNDIAL DE LAS MISIONES ( PENULTIMO DOMINGO DE OCTUBRE)


“ Id por todo el mundo a predicad el Evangelio ”

En todos los países del mundo hoy se hace oración por las misiones y por los misioneros que se encargan de llevar la palabra de Dios a los que no lo conocen o a los que lo han olvidado.

¿Por qué se dedica este día a las misiones?

Se tiene un domingo dedicado a las misiones porque todas las personas necesitamos de Dios para poder llegar al cielo. Los misioneros tienen como tarea enseñarnos el Evangelio para poder alcanzar la vida eterna. Su labor es de capital importancia.

Un poco de historia

Los misioneros son personas que van a otros lugares para hablar a los hombres de Jesús, para enseñarles a rezar, para decirles que todos debemos amarnos y ayudarnos los unos a los otros, para anunciarles la buena nueva: que Dios nos ama y quiere que todos los hombres se salven.
En el mundo existen actualmente 983 "territorios de misión" y en ellos trabajan casi 50 mil sacerdotes y 370 mil catequistas, casados o solteros, que trabajan a tiempo completo o parcial.
Todos estos misioneros se han comprometido a anunciar el Evangelio a los 3,500 millones de hombres que todavía no lo conocen y que representan las dos terceras partes de la humanidad.

¿Cuál es su labor?

Atienden leprosarios, hospitales, hogares para huérfanos y ancianos, dispensarios, colegios, universidades. Su labor no es fácil, se les presentan muchas dificultades que tienen que vencer para lograr transmitir la palabra de Dios a los demás.
Necesitan de nuestra ayuda espiritual, humana y material.

Los misioneros son personas que van a otros lugares para hablar a los hombres de Jesús llevándoles el Evangelio.
Existen misioneros por todo el mundo que necesitan de nuestra ayuda espiritual, humana y material.
La labor de un misionero es muy valiosa.

Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Jornada mundial de las Misiones 2010

Oración

María, ayúdanos a anunciar y dar testimonio de Cristo y del Evangelio en el lugar donde nos encontremos.

Si quieres conocer una obra de apostolado internacional formada por jóvenes y familias que buscan responder al llamado de la Nueva Evangelización visita el sitio de Juventud y Familia Misionera

La Iglesia vive de la contemplación de su Señor, de quien recibe todos los bienes, y de la contemplación de la Madre de su Señor, por cuya constante intercesión es escuchada su voz, voz que es clamor por todos los hombres, de todo lugar y tiempo, voz que es clamor sobre todo por los destinatarios de las bienaventuranzas de su Hijo, que son todos los hambrientos del pan y de la Palabra.

La Iglesia, peregrina de la historia y de todos sus caminos, peregrina en la tierra y en todos sus lugares, peregrina en el mundo y en todos sus ámbitos y rincones, peregrina también en esta hermosa tierra de María que es Argentina, con sus diversas y tan ricas regiones: Litoral, NEA, Cuyo, Platense, Patagonia-Comahue, Centro, Buenos Aires y NOA…. en este bendito suelo argentino; que no vive para sí, sino para su Señor y para la misión a la que su Señor la ha enviado, la de anunciar el Evangelio hasta los últimos confines del universo. Y porque no vive para sí sino para cumplir el designio de Dios, no puede tener otro faro, otro espejo, otra brújula y otra medida que la de María, su Madre y Maestra, su prototipo y figura, su molde y modelo. Y por eso, mira a María, siempre mira a María, porque en esa mirada encontrarás luz y fuerza en el camino, infinito y frondoso, único e inagotable, de la evangelización.

Mira a María, resplandeciente ante la luz del ángel de Dios que le trae la buena nueva de la encarnación del Verbo, y al confiarla el primer secreto de la Evangelización, le pide que sea morada del Espíritu para que de ella nazca el Salvador. Mírala en el misterio insondable de la Anunciación, porque aquella revelación es tu don más preciado, mensaje de esperanza para todos los hombres, y don de salvación. Mírala en el momento culminante de la historia, el acontecimiento más grande, el de la Encarnación. Mírala porque en ella Dios se hizo hombre, y tu vida no tiene ningún valor fuera de este misterio, porque tú vives de él y para él, y reconocerlo y gozarlo es tu primera misión.

Mira a María, y deja que su sí a la aventura divina de la salvación te envuelva y te enamore, hasta que de tal modo te provoque que no haya en tu corazón ni en tus labios otra palabra que este “si”, confianza sin límites, valiente, arriesgada, abandonada, generosa, sin cálculos ni previsiones, vivencia esencial de la fe. Mírala en su mirada, mírala en su respuesta, porque no es otra la vida del cristiano, que la de decir sí, como María, al plan de Dios, a su envío, porque no es otro el camino de la misión, y porque no es otra la vocación del misionero.

Mira a María, pronta al servicio, caminante sin descanso, al encuentro del otro, de cada otro, que es cada uno que como su prima Isabel buscan y esperan el anuncio de la esperanza para sus vidas, sus hijos, sus pueblos, y sus casas. Vete a su encuentro, sin tardar, como María, y canta a voz en grito, como ella, las maravillas de Dios: cómo ha mirado tu pequeñez, cómo ha hecho obras grandes por ti, cómo es infinita su misericordia, cómo enaltece a los humildes y derriba el orgullo de los poderosos, y cómo auxilia a su pueblo de generación en generación. Mírala, mujer entera y decidida, y pídele ser como ella, llenarte de Dios, y ser canto de su amor.

Mira a María, Madre de tu Señor. Mírala al haber dado a luz al Príncipe de la Paz. Mírala atentamente, y aprende de su ternura, de su silencio, de su cuidado, de su postura y de su corazón. Mírala porque de nada serviría recorrer el orbe entero, y proclamar a los cuatro vientos la Buena Nueva del Evangelio, si lo que traes y llevas, tienes y das, son sólo palabras, ideas, mensajes, propuestas, tareas, acciones, y programas. Mírala porque Ella no habla de su hijo, sino que lo trae, nace de ella, sale de si, lo da al contemplarlo y lo contempla al darlo. Mírala porque no es otra la vida de la Iglesia y de su misión, ni la de sus hijos y sus misioneros, que dar a luz a Jesús, porque lo llevan dentro, porque con su mirada lo comunican, porque antes de hablar viven de él, con él y para él. Porque lo contagian con su vida.
Mira a María, meditando todo en su corazón, cuando en la presentación en el templo el anciano Simeón vislumbra su dolor. Mírala fijamente, y acoge en el regazo del silencio y de la comunión el aviso de tu destino, y medítalo en tu corazón. Porque en los momentos difíciles, Iglesia misionera, cristiano y cristiana, misionero y misionera, sólo le tendrás a él, al Señor, tu secreto, tu único tesoro, tu único valor, tu razón de ser, tu todo. Y sólo con él, muy unido a él, soportarás desilusiones y abandonos, fracasos y persecuciones, cansancios y dolores, sólo con él, y sólo por él. Y al final, ¡bien lo sabes!, triunfarás con él.

Mira a María, acompañando -al Misionero del Padre- por las aldeas y los campos de Palestina, Tierra Santa en la que pocos acogieron su Palabra, sólo los suficientes para, como misioneros suyos, llevarla después hasta los confines de la tierra. Mírala atenta discípula de su Señor, al descubrir por boca de Su Hijo que también madres y hermanos suyos serán aquellos que como Ella, escuchen la Palabra y la pongan por obra. Mírala cuando Jesús le habla de ti y de mí, en nuestro deber ser, y descubre cuan alta es la vocación a la que has sido llamado: ser su Palabra, su Palabra no sólo aprendida y meditada, sino su Palabra viva, vivida día a día, única manera de poder ser creíblemente comunicada y anunciada.

Mira a María, acompañando a su amadísimo Hijo en la pasión y en la muerte en Cruz. Mira a María al pie de la Cruz, en el momento culminante de su misión, entregando su vida por todos los hombres: por ti y por mi, y por todos aquellos que tienen derecho a saber que el Hijo de Dios los ha amado hasta el extremo, y que tu y yo tenemos la obligación de decírselo y enseñárselo. Mira a María, primera discípula, madre dolorosa, junto a Juan, su discípulo más amado. Mírala en su serena firmeza y entereza, en la oblación al Padre del mayor dolor que puede conocer criatura humana. Mírala sufriendo por ti y por todos los hombres y uniendo su dolor al dolor redentor de su Hijo. Mírala porque ella es el modelo máximo del amor a Dios y a los hermanos, y tu misión, la de todos los hijos de la Iglesia, no es otra que vivir de este amor y por este amor. Mírala y reconócela en todas aquellas madres que sufren por sus hijos, y en todos los hombres fieles hasta el final en el cumplimiento de la voluntad de Dios, tantas veces incomprensible e insondable.

Mira a María, acompañando a los discípulos en la alegría de la Resurrección, recibiendo el Espíritu Santo en Pentecostés. Mírala abrazando en su ternura de madre a la Iglesia naciente y a cada uno de sus hijos, alentando el inicio de la evangelización, fundiendo en uno a la Iglesia apostólica como una madre acoge bajo su manto a todos sus hijos, para que ésta, la misión, corazón de la Iglesia, sea siempre fruto de la comunión. Mírala porque Ella sigue amando a la Iglesia igual que el primer día, y sigue uniéndola, y sigue alentándola, y sigue siendo, por siempre y para siempre, la estrella de la nueva evangelización.

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