17 ene 2012

NTRA. SRA. DE LOS POBRES ( 15 DE NERO )


MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL QUINCUAGÉSIMO ANIVERSARIO
DE LAS APARICIONES DE NUESTRA SEÑORA DE LOS POBRES
EN BANNEUX (BÉLGICA)



A monseñor ALBERT HOUSSIAU
Obispo de Lieja

1. Hace cincuenta años, el 22 de agosto de 1949, monseñor Louis-Joseph Kerkhofs, su predecesor en la sede de Lieja, reconocía definitivamente la realidad de las apariciones de la Virgen de los Pobres en Banneux. Al recordar con emoción la eucaristía que yo mismo tuve la alegría de celebrar durante mi viaje apostólico a Bélgica, en el mes de mayo de 1985, en ese santuario cuya irradiación espiritual es tan importante, me uno de buen grado mediante la oración a los peregrinos que van a buscar el consuelo y la fuerza a los pies de Nuestra Señora de Banneux, invocada con el título de Nuestra Señora de los Pobres, salud de los enfermos. Con toda la Iglesia, doy gracias al Señor por la misión insigne que cumplió la Madre del Salvador y por el ejemplo de fe que representa para el conjunto del pueblo cristiano, llamado como ella a seguir a Cristo repitiendo cada día su «sí», su fiat.

2. Algunos años antes de la segunda guerra mundial, en 1933, María aparecía en Banneux como mensajera de la paz. Exhortaba en cierto modo a los protagonistas de la sociedad a convertirse en artífices de paz y en educadores de los pueblos, invitando a todo hombre a asistir a sus hermanos, a los más humildes, a los más despreciados y a los que sufren, porque son los predilectos de Dios. También hoy tenemos que rezar para que «María, mediadora de gracia, siempre atenta y solícita para con todos sus hijos, alcance para la humanidad entera el don precioso de la concordia y de la paz» (Mensaje con ocasión del 50° aniversario del final en Europa de la segunda guerra mundial, 8 de mayo de 1995, n. 16: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de mayo de 1995, p. 7).

3. Al contemplar a la Virgen María, los fieles descubren las maravillas que Dios hizo por su humilde esclava, y ven en ella, Madre de la Iglesia y Reina del Cielo, la prefiguración de lo que la humanidad está llamada a ser, mediante la gracia de la salvación que hemos recibido por la muerte y resurrección del Salvador.

Los fieles que siguen el ejemplo de María emprenden un camino seguro de oración y vida cristiana; con ella, descubren las misericordias del Padre, que vela por todos los hombres, especialmente por los pobres, los humildes y los que sufren. Por eso, podemos entonar incansablemente con María su cántico de acción de gracias: «Porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1, 48).

4. Todo itinerario de peregrinación es un tiempo fuerte en la vida espiritual del cristiano, que descubre así la fuerza de la oración, que unifica el ser y es la fuente del testimonio que cada uno está llamado a dar, y de su misión. Con María, llegamos a ser hijos humildes en las manos del Señor, pidiendo perdón por nuestras faltas, y reencontrando de este modo la alegría de los hijos de Dios, que saben que son amados infinitamente y que, por tanto, tienen un deseo profundo de convertirse.

Quienesquiera que seáis, como decía san Bernardo, «cuando os asalten los vientos de la tentación, cuando veáis aparecer los escollos de la desgracia, mirad la estrella, invocad a María». «Si, turbados por el peso de vuestro pecado y avergonzados por las manchas de vuestra conciencia, comenzáis a sentiros devorados por la tristeza y la tentación de la desesperación, pensad en María. En el peligro, la angustia y la duda, pensad en María, invocad a María. Que su nombre no desaparezca jamás de vuestros labios ni de vuestro corazón. Y, para obtener su intercesión, no dejéis de imitar su ejemplo». Estad seguros de que «siguiéndola, no os perderéis, y que invocándola, no conoceréis la desesperación» (Segunda homilía sobre las palabras del Evangelio: «El ángel Gabriel fue enviado»). Al volver después a su vida diaria, los fieles reciben la gracia de una confianza renovada. Están más atentos a la palabra de Dios y a la responsabilidad que les confía su bautismo. También reconocen mejor los signos de Dios en su camino.

5. Las apariciones de Banneux invitan a los cristianos a interrogarse sobre el misterio del sufrimiento, que encuentra su sentido en el misterio de la cruz del Señor. Ante el sufrimiento, que no puede explicarse humanamente, el creyente se dirige espontáneamente a Dios, el único que puede ayudarle a soportarlo y vivirlo, y que alimenta la esperanza de la salvación y de la felicidad eterna. De manera muy especial, con ternura y amor, Dios está presente en toda persona aquejada por la enfermedad, puesto que se deja conmover por lo que vive su pueblo, al que ama, y quiere darle alivio y consuelo. «Dijo el Señor: Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo, (...) y he escuchado su clamor; (...) pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle (...) y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa» (Ex 3, 7-8). Como afirmaba en la encíclica Salvifici doloris, toda persona que ofrece su sufrimiento, contribuye misteriosamente a elevar el mundo a Dios, y se une de manera especial a la obra de nuestra redención (cf. n. 19). Por tanto, se une particularmente a Cristo Salvador.

6. Encomiendo también a Dios a los hombres y mujeres cuya misión consiste en cuidar a sus hermanos, asistirlos y acompañarlos con compasión en sus pruebas físicas y morales, así como a los miembros de los equipos de capellanía en los hospitales y sanatorios, y a todos los que visitan a los enfermos y a las personas ancianas. A ejemplo del buen samaritano, son en cierto modo las manos amorosas del Señor, tendidas hacia los que sufren en el cuerpo y en el corazón, y les manifiestan que ninguna prueba puede cancelar su dignidad de hijos de Dios (cf. ib., 28-30). ¡Que prosigan incansablemente su misión, recordando así al mundo que toda vida humana, desde su origen hasta su fin natural, es preciosa a los ojos de Dios!

7. Al mismo tiempo que le encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de Banneux y de los santos de esa tierra, le imparto de todo corazón la bendición apostólica, que extiendo a los fieles que acudan al santuario de Banneux con el espíritu del acontecimiento del gran jubileo, a los sacerdotes y a los fieles de su diócesis y del conjunto de las diócesis de Bélgica.

Vaticano, 31 de julio de 1999

“El Señor se ha fijado en la humilde condición de su sierva”. Es Señora de los pobres, porque fue pobre y amante de los pobres. Su nacimiento en Jerusa­lén, en una humilde estancia, se pareció mucho al de su Hijo en un establo. No mentía, al exclamar que Dios se había fijado en la baja condición social de su situación; porque perteneció siempre, y para mucha honra, a la clase social de los desposeídos; "su esposo se ganaba la vida aserrando maderas y clavando puntas, arreglando sillas ycerraduras, poniendo ladrillos, o arreglando herramientas y aperos de trabajo. Siempre fueron pobres; su Hijo entró en el mundo con la marca de la pobreza; pudo haber nacido entre brocados de seda y bajo palios de oro, pero quiso tener un pesebre como cuna. Cuando sus padres lo presentaron en el templo, hicieron la ofrenda de los pobres, porque su bolsa no daba para más. En su vida pública anduvo recorriendo pueblos y ciudades, como un desarraigado de la tierra, como un pobre de solemnidad, que no tenía siquiera donde reclinar su cabeza. Terminó muriendo en una cruz, despojado de todo, hasta de la ropa, en la pobreza suma. Clavado al madero, pidió a Juan que cuidara de su madre, pues se quedaba en total indigencia. Y después, recitando el salmo de los pobres, murió, en muerte de cruz.

En su extrema pobreza radicaba su grandeza infinita y, en definitiva, su glorificación. Su madre sabía que el Mesías tenía que ser pobre, para redimir a los pobres a través de su pobreza. Para liberar al pobre, al desvalido y desamparado, a todos los oprimidos y marginados que gimen por el mundo. Todos los pobres del mundo se reconocen en el Mesías, el Siervo de Dios, el pobre elegido por Dios para liberar a los hombres de todas las esclavitu­des que les tienen aherrojados. El salvador de los pobres tiene que salir de las filas de los pobres, nunca podrá salir de los estamentos de los ricos. Por este motivo, su llegada se anunció en primer lugar a los pobres, a los proletarios, al pueblo de la tierra. Cuando comenzó su vida pública, en su primera predicación, dejó bien claramente dicho a lo que había venido a este mundo: a evangelizar a los pobres, a liberar a los oprimidos. Hizo de su vida una opción de voluntaria pobreza, se apuntó a la clase de los pobres, optó por los marginados. De ahí que, en la carta magna del reino de Dios, la primera bienaventuranza fuera para ellos: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino. Los pobres son los ciudadanos de primera en el reino de Dios; y si el Evangelio es de todos, los es en primer lugar y por derecho propio, de los pobres. Y pobres son los nadatenientes, los oprimidos, las marginados, los explotados, los desvalidos, los primeros evangelizados, las masas humildes, que le seguían enfervorizadas, los auténticos representantes del pueblo de Dios.

El prototipo de todos los pobres fue y es Jesucristo. Y, con Él y por Él, su Madre, María, porque fue pobre de verdad, porque vivió siempre al día, porque tuvo fe en el de arriba, que da de comer a las aves del cielo y viste a los lirios del campo y cuida de todas sus criaturas con amor providente. El ejemplo supremo para saber valorar los bienes de este mundo, caducos y efímeros, lo encontramos en la Virgen. De Ella, hemos aprendido que no vale la pena apegarse a los bienes materiales de este mundo de abajo, a los que inevitablemente hay que dejar aquí. Sabemos, además, porque Jesús lo ha dicho, que Dios llenará de bienes a los pobres y dejará sin nada a los ricos.

Señora de los pobres, enséñanos a ser pobres, a vivir con alegría nuestra vida indigente, porque esa será la mejor manera de vivir, siendo pobres y ricos a la vez, poseedores de la mayor riqueza, pues el verdadero rico no es el que mucho tiene, sino el que tiene poco y se conforma con lo poco que tiene. Ruega por nosotros para que nos conformemos con lo necesario, y no luchemos ni aspiremos a poseer más, para no caer en las garras esclavizantes del dinero; que estemos abiertos a los demás; que ejerzamos la solidaridad y la caridad, con los que tienen todavía menos que nosotros; que trabajemos para que desaparezcan las desigualdades sociales y que nos comprometamos con los pobres, con los marginados, porque ellos constituyen un sacramento vivo, en el que nos encontramos con la presencia dulcísima de Dios. No podemos estar en plena comunión contigo, si no nos apuntamos a la lista interminable de los que han optado por los pobres; esta comunión solidaria con ellos y contigo hará surgir una Iglesia, que se comprometa más decididamente con la justicia y la liberación de los oprimidos; pues esta opción en favor de los pobres ocupa el primer puesto en los postulados de la Palabra de Dios.


ORACIÓN A LA VIRGEN DE LOS POBRES

María, Virgen de los Pobres, Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es Dios, nuestro Padre, que te ha enviado a nosotros.

Lo que tú has sido siempre para nosotros lo sigues siendo y lo serás siempre para aquellos que, como nosotros y aún mejor que nosotros, te ofrecen su fe y su oración.

Tú serás para nosotros lo que has revelado en Banneux: La Mediadora de todas las gracias, la Madre del Salvador, Madre de Dios, la Madre compasiva y poderosa que ama a los pobres y a todos los hombres, que alivia el sufrimiento, que salva a los individuos y a las sociedades, la Reina y la Madre de todas las naciones, que ha venido a nosotros para conducir a los que se dejan guiar por ti hacia Jesús verdadera y única Fuente de la vida eterna.

INVOCACIONES
Santa Virgen de los Pobres:


- llévanos a Jesús, fuente de la gracia
- salva las Naciones.
- alivia a los enfermos.
- alivia el dolor.
- ruega por cada uno de nosotros
- creemos en Ti.
- cree Tú en nosotros
- rezaremos mucho
- bendícenos (+).
- Madre del Salvador, Madre de Dios, te damos gracias.



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ORACIÓN DE PREPARACIÓN AL ROSARIO
Nuestra Señora de Banneux, Madre del Salvador, Madre de Dios, VIRGEN DE LOS POBRES, tú nos invitas a creer en ti y nos prometes creer en nosotros. Yo pongo en ti toda mi confianza.

Dígnate escuchar las oraciones que nos has pedido elevar hacia ti; ten piedad de todas nuestras miserias espirituales y temporales.

Implora para cada uno de nosotros la riqueza de una fe profunda, la paz del corazón y el entendimiento en nuestras familias y comunidades.

Alivia los enfermos, apacigua los sufrimientos, ruega por nosotros; y así, por tu mediación, el reino de Cristo se extienda sobre todas las naciones. Amén.



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ORACIÓN
María, Virgen de los Pobres, tú nos conduces a Jesús, fuente de todas las gracias, y vienes a aliviar nuestro sufrimiento.

Te imploramos con confianza: ayúdanos a seguir a tu Hijo con generosidad y a entregarnos a El sin reservas.

Ayúdanos a recibir al Espíritu Santo que nos guía y santifica.

Obtennos la gracia de parecernos a Jesús cada día un poco más, de manera que nuestra vida glorifique al Padre y contribuya a la salvación de nuestros hermanos. Amén.

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