28 may 2011

SAN MATIAS APOSTOL ( 14 DE MAYO )


Siguió a Jesús "desde que este fue bautizado hasta su ascensión". Por este motivo, cuando Judas Iscariote desertó y hubo necesidad de completar el número de los doce Apóstoles, Pedro lo propuso para que se uniera al grupo apostólico y "se convirtiera en testigo de la resurrección" del Señor. (Cf. Hechos 1, 15-26)

"(Matías), después de Pascua, fue elegido en lugar del traidor. En la Iglesia de Jerusalén se presentaron dos a la comunidad, y después sus hombres fueron echados a suerte: « José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo, y Matías» (Hechos l, 23). De este modo «fue agregado al número de los doce apóstoles» (Hechos 1, 26).

No sabemos nada más de él, a excepción de que fue testigo de la vida pública de Jesús (Cf. Hechos 1, 21-22)siéndole fiel hasta el final.

"Sacamos de aquí una última lección: si bien en la Iglesia no faltan cristianos indignos y traidores, a cada uno de nosotros nos corresponde contrabalancear el mal que ellos realizan con nuestro testimonio limpio de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador". -Benedicto XVI, 18 X 2006

Sus reliquias están en Tréveris (Alemania), ciudad de la que es patrono.

Matías significa: "Regalo de Dios".

Este es el apóstol No. 13 (El 14 es San Pablo). Es un apóstol "póstumo" (Se llama póstumo al que aparece después de la muerte de otro). Matías fue elegido "apóstol" por los otros 11, después de la muerte y Ascensión de Jesús, para reemplazar a Judas Iscariote que se ahorcó. La S. Biblia narra de la siguiente manera su elección:

"Después de la Ascensión de Jesús, Pedro dijo a los demás discípulos: Hermanos, en Judas se cumplió lo que de él se había anunciado en la Sagrada Escritura: con el precio de su maldad se compró un campo. Se ahorcó, cayó de cabeza, se reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas. El campo comprado con sus 30 monedas se llamó Haceldama, que significa: "Campo de sangre". El salmo 69 dice: "su puesto queda sin quién lo ocupe, y su habitación queda sin quién la habite", y el salmo 109 ordena: "Que otro reciba su cargo".

"Conviene entonces que elijamos a uno que reemplace a Judas. Y el elegido debe ser de los que estuvieron con nosotros todo el tiempo en que el Señor convivió con nosotros, desde que fue bautizado por Juan Bautista hasta que resucitó y subió a los cielos".

Los discípulos presentaron dos candidatos: José, hijo de Sabas y Matías. Entonces oraron diciendo: "Señor, tú que conoces los corazones de todos, muéstranos a cual de estos dos eliges como apóstol, en reemplazo de Judas".

Echaron suertes y la suerte cayó en Matías y fue admitido desde ese día en el número de los doce apóstoles (Hechos de los Apóstoles, capítulo 1).

San Matías se puede llamar un "apóstol gris", que no brilló de manera especial, sino que fue como tantos de nosotros, un discípulo del montón, como una hormiga en un hormiguero. Y a muchos nos anima que haya santos así porque esa va a ser nuestra santidad: la santidad de la gentecita común y corriente. Y de estos santos está lleno el cielo: San Chofer de camión y Santa Costurera. San Cargador de bultos y Santa Lavandera de ropa. San Colocador de ladrillos y Santa Vendedora de Almacén, San Empleado y Santa Secretaria, etc. Esto democratiza mucho la santidad, porque ella ya no es para personajes brillantes solamente, sino para nosotros los del montón, con tal de que cumplamos bien cada día nuestros propios deberes y siempre por amor de Dios y con mucho amor a Dios.

San Clemente y San Jerónimo dicen que San Matías había sido uno de los 72 discípulos que Jesús mandó una vez a misionar, de dos en dos. Una antigua tradición cuenta que murió crucificado. Lo pintan con una cruz de madera en su mano y los carpinteros le tienen especial devoción.


Después de la Santísima Virgen, los Ángeles, San José y San Juan Bautista, son los Apóstoles los bienaventurados a quienes más honra la Iglesia. Al Colegio apostólico fue incorporado Matías para ocupar el lugar que había dejado vacío el pérfido Judas. Figura interesantísima entre los primeros propagadores de la doctrina de Cristo. — Fiesta: 24 de febrero.

Así como el brillo y la hermosura de un objeto resaltan más si lo ponemos en contraste con otro objeto oscuro y feo, de la misma manera podemos hacer el elogio mejor de San Matías poniendo sus virtudes y sus méritos en contraposición a la malicia de Judas, su renegado antecesor en el apostolado.

Judas abandonó la escuela del divino Maestro y lo vendió con la más negra hipocresía. San Matías entró en la gloriosa escuela de Jesucristo con gran humildad y entusiasmo, padeciendo en defensa de Él mil oprobios y tormentos hasta derramar la sangre y sacrificar la vida. El nuevo discípulo aceptó con reverencia las gracias celestiales y se hizo digno de ellas por su lealtad y fervorosa correspondencia. Matías llenó el puesto abandonado por Judas. Matías recibió los favores que Judas había profanado, Matías murió por Jesucristo, a quien Judas había traicionado.

Después de la apostasía de Judas, el Colegio apostólico quedaba incompleto. Según las disposiciones del divino Salvador, era preciso restablecer el número de doce y, por lo tanto, que otro apóstol entrase a sustituir al renegado. Por eso, después que Jesucristo subió a los Cielos, San Pedro, que era el príncipe de los Apóstoles y cabeza visible de toda la naciente Iglesia, teniendo reunidos en el Cenáculo a unos ciento veinte discípulos y seguidores del dulcísimo Maestro, les manifestó el pensamiento que tenía de elegir de entre todos los que hubiesen estado con el Salvador aquel que había de ser el sucesor de Judas, proponiéndoles, además, dos candidatos, ambos de excelentes dotes: José, llamado Barsabas y por sobrenombre el Justo, y Matías. Ante el prestigio de los dos, para librarse de perplejidad, sin perjuicio del más digno, se pusieron en oración y, levantando las manos y el corazón al Cielo, suplicaron a Dios bondadoso y le dijeron: «¡Oh, Señor!, Tú que ves los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has destinado a ocupar el puesto de este ministerio y apostolado, del cual cayó Judas por su prevaricación». Inmediatamente se decidió que la elección se sortease. Y escritos los nombres de Matías y de José en pequeñas cédulas, la suerte le tocó a Matías, quien, desde entonces, fue contado entre los Apóstoles.

Así, pues, no fue ensalzado San Matías por influencia ni consideraciones humanas, sino por expresa y clara voluntad de Dios. El Señor quiso manifestar que aquel hombre era digno, por sus cualidades y virtudes, de ser elevado a una de las alturas más eminentes de su Iglesia. Ciertamente. Matías tenía disposiciones excepcionales, dotes brillantísimos de virtud y de sabiduría, que habían de resplandecer mucho en el ejercicio de su apostólico ministerio. Era doctísimo en la Sagrada Escritura, de palabra fácil y elocuente, prudente y maduro en sus consejos, ingenioso y lleno de talento para resolver las más arduas cuestiones y para sostener las más complicadas controversias con los judíos y con los gentiles. Y en cuanto a la santidad de vida, era purísimo de corazón y rectísimo en la intención, modelo de todas las virtudes cristianas. Se distinguía especialmente por su amor a la pobreza evangélica, por su austeridad y espíritu de mortificación y por su generosa caridad, de tal manera que bien podemos decir que era una imagen del todo opuesta a la de Judas, tan avaro y envidioso, tan carcomido de vicios y de innobles pasiones.

En la distribución de los países que hicieron los Apóstoles para emprender la predicación, le tocó a San Matías la Etiopia y la Judea. Es verdad que todos los Apóstoles predicaron algún tiempo en la Judea hasta que se fueron dispersando por doquier, en todo el mundo; pero San Matías permaneció allí como en su campo de batalla, evangelizando aquella gente tan aferrada a sus prejuicios y a las antiguas tradiciones. Por esto fue perseguido repetidas veces por algunos hebreos influyentes y maliciosos, que habrían querido exterminar de un golpe la semilla de la Iglesia nueva. Pero el Apóstol defendió con tanto brío la doctrina de la Cruz y la predicó con tanta constancia y continuado sacrificio, que consiguió la conversión de una gran parte de aquel pueblo.

Si grandes fueron las tareas apostólicas de San Matías, y sus trabajos sin tregua, y su celo y fervor ardorosamente intrépidos, no fueron menos generosos sus anhelos de morir por Jesucristo. Toda su vida había suspirado por el martirio.

A pesar de haber llenado toda la Judea con sus prodigios y favores, devolviendo la salud a innumerables enfermos, la vista a muchos ciegos, el movimiento a muchos tullidos, el consuelo a los afligidos y la vida a algunos muertos, se levantó un gran tumulto contra el Apóstol. Los príncipes de los fariseos conspiraron contra él, como algún día habían conspirado contra el mismo Jesucristo; los malvados lobos rodearon al cordero inocente, mancharon su honra atribuyéndole falsos crímenes, y levantaron el grito declarándolo reo de muerte. Sin pruebas de ninguna clase, el sumo pontífice de los judíos, como en otro tiempo Caifás, pronunció la criminal sentencia: Matías tenía que ser apedreado como perturbador, y después decapitado ignominiosamente. Así se ejecutó. Y mientras la cabeza del heroico discípulo de Cristo caía al golpe de la segur, su alma nobilísima volaba al cielo para recibir allí la corona imperecedera.

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