26 abr 2010

EL DIVINO PASTOR (CUARTO DOMINGO DE PASCUA)



Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
tú que hiciste cayado de este leño
en que tiendes los brazos poderosos;

vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies hermosos.

Oye, Pastor, que por amores mueres:
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.

Espera, pues, y escucha mis cuidados;
¿pero cómo te digo que me esperes,
si estás, para esperar, los pies clavados?


El Señor es mi pastor, nada me falta:
En verdes praderas me hace recostar;
Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas;

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo
Porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos;

Me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia
Me acompañan todos los días de mi vida,
Y habitaré en la casa del Señor por años sin términos
(Salmo 22)

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