25 feb 2010

SAN SEBASTIÁN MÁRTIR (20 DE ENERO)


San Sebastián, á quien se dio renombre de defensor
de la Iglesia por las maravillas que obró en
defensa de la fe, nació en Milán, de padre
narbonés y de madre milanesa, aunque establecidos en
Narbona, ciudad de Langüedoc (Francia). Criáronle con
gran cuidado en la religión cristiana y en la piedad. Su
dulzura, su prudencia, su apacible genio, su generosidad
y otras cien bellas prendas que le adornaban, como dice
San Ambrosio, le dieron presto á conocer en la corte de
los emperadores. Hízose mucho lugar en ella, y en poco
tiempo fue uno de los favorecidos del emperador
Diocleciano, que le nombró por capitán de la primera
compañía de su guardia pretoriana.
Aunque Sebastián se abrasaba en un encendido
deseo del martirio, le pareció que debía de moderar su
ardor conservándole como escondido debajo del traje de
soldado; porque, al mismo tiempo que su empleo le hacía
tan distinguido en la corte, le ofrecía también muchas
ocasiones de hacer grandes servicios á la Iglesia,
socorriendo y alentando á los cristianos que eran
perseguidos. En esto empleaba su autoridad y sus bienes,
sin perdonar trabajos ni fatigas.
Animaba con sus exhortaciones y socorría con sus
limosnas á los gloriosos confesores de Cristo, de los
cuales estaban llenas las cárceles y calabozos. Mantuvo
á muchos que titubeaban en los tormentos, y fortaleció á
no pocos que desmayaban á vista de los suplicios.


Era el
apóstol de los confesores y de los mártires; y si parecía
que en cierta manera desperdiciaba las vidas de los
innumerables que envió al Cielo delante de sí,
seguramente no fue por perdonar á la suya. Tan lejos
estaba de pretender reservarla, que cada día la exponía.
La muerte de cada mártir de los que Sebastián alentaba,
acompañándolos hasta el cadalso, era un nuevo sacrificio
que hacía de su propia vida. Cada instante la
renunciaba, por que los demás no renunciasen la fe de
Jesucristo.
Fueron presos por la fe dos hermanos y caballeros
romanos, llamados Marco y Marceliano. Después de
haber vencido gloriosamente la tortura, iban á ser
degollados, cuando su padre Tranquilino y su madre
Marcia, ambos gentiles, acompañados de las mujeres y
de los hijos de los dos confesores de Cristo, se echaron á
los pies del juez Cromacio, y con sus ruegos y lágrimas
obtuvieron de él que se difiriese la ejecución de la
sentencia por espacio de treinta días.
En este intermedio no perdonaron á súplicas, á
caricias, á halagos, á gemidos, en fin, á todos los medios
que pueden inspirar el amor y la ternura para mover á un
corazón blando y generoso; haciendo tanta impresión en
los de Marco y Marceliano, que, casi vencidos con la
fuerza de tan continua y tan terrible batería, comenzaban
á mostrarse sensibles á las lágrimas. Lo advirtió San
Sebastián, que los visitaba con frecuencia, y llegó tan á
tiempo su socorro, bendiciendo Dios el gran talento de
persuadir de que le había dotado, que no sólo sostuvo los
ánimos que ya comenzaban á flaquear, sino que en
aquellos pocos días convirtió á la fe de Jesucristo á
Nicóstrato, oficial de Cromacio; á Claudio, alcaide de la
cárcel; á sesenta y cuatro presos, y, lo que es más
admirable, al padre, á la madre, á los hijos y á las
mujeres de Marceliano y de Marco.
A la verdad, tan asombrosas conversiones no se
podían hacer sin muchos y grandes milagros. Cuando San
Sebastián estaba animando á los dos santos confesores
en casa de Nicóstrato, donde los habían como
depositado con fianzas, se dejó ver en la sala una brillante
luz, que llenó á los circunstantes de admiración y de
alegría. En medio de ella se apareció el Señor,
acompañado de siete Ángeles, y acercándose á
Sebastián le dio ósculo de paz, prometiéndole que
siempre estaría con él. Así refiere San Ambrosio esta
maravilla.
Zoé, mujer de Nicóstrato, oficial de Cromacio, que
estaba muda mucho tiempo había, entró en la prisión y,
arrojándose á los pies de San Sebastián, le pidió por
señas que la curase. El santo capitán elevó su corazón á
Dios, y haciendo la señal de la cruz en la lengua, Zoé
recobró el uso de ésta, y sus primeras palabras fueron
una ferviente confesión de fe cristiana. Todos aquellos
neófitos que padecían alguna enfermedad ó indisposición
corporal, recibieron la salud del cuerpo al mismo tiempo
que por el bautismo recibían la del alma.
Pero el mayor de todos los prodigios fue la
conversión de Cromacio, vicario del prefecto. Mandó
llamar á Tranquilino para saber si sus hijos se habían
dejado persuadir de sus lágrimas; pero quedó admirado
cuando supo que el mismo Tranquilino se había hecho
cristiano. Mis hijos, respondió Tranquilino, son dichosos, y
yo también lo soy desde que Dios me abrió los ojos del
alma para conocer la verdad y la santidad de la religión
cristiana, fuera de la cual no hay salvación.—¿Conque tú
también, al cabo de tus años, le interrumpió Cromacio, te
has vuelto loco?—No, señor, le respondió el santo
anciano; antes bien nunca tuve entendimiento ni juicio
hasta que logré la dicha de ser cristiano. Porque no hay
mayor locura que preferir, como yo lo había hecho hasta

aquí, y como tú lo estás haciendo el día de hoy, el error á
la verdad y la muerte eterna á una vida de pocas horas.—
¿Y te atreverás, le preguntó Cromacio, á probarme
concluyentemente la verdad de la religión cristiana?—¡Y
cómo que me atreveré, respondió el nuevo apóstol, con
tal que quieras prestar oídos dóciles y humildes á lo que
Sebastián y yo te dijéremos!—No duró mucho la
conversación, porque con pocas palabras quedó
Cromacio convencido y convertido. Siguióse á la
conversión de Cromacio la de toda su familia, y
cuatrocientos esclavos recibieron el bautismo y fueron
puestos en libertad.
Pero, enfureciéndose cada día más en Roma la
persecución, se tuvo por conveniente que Cromacio,
después de haber renunciado el empleo que tenía, se
retirase á una casa de campo, que servía de asilo á los
fieles perseguidos. Todos los cristianos persuadían á San
Sebastián que también se retirase á ella. Pero este héroe
de la fe les pidió con tales instancias que le permitiesen
quedarse en Roma para animar y socorrer á los muchos
fieles que estaban en las cárceles, y supo proponer al
Santo Papa Cayo tales razones, que éste le dijo:
Quédate
en buen hora, hijo mío, en el campo de batalla, y en traje
de oficial del emperador sé glorioso defensor de la
Iglesia de Jesucristo.
Presto se conoció cuan necesaria era su presencia
para socorro y aliento de los santos mártires. La primera
que recibió la corona del martirio fue Zoé: siguióla poco
después Tranquilino, Nicóstrato, su hermano Castor;
Claudio, el alcaide de la cárcel; Sinforiano su hijo, y su
hermano Victorino, después de haber sufrido muchos
tormentos, fueron conducidos á Ostia y precipitados en el
mar. Tiburcio, hijo de Cromacio, fue degollado; Cástulo,
oficial del emperador y celosísimo cristiano, fue
enterrado vivo. Marco y Marceliano, amarrados á un

tronco, fueron cubiertos de saetas.
Después que estas gloriosas victimas, preciosos
frutos del celo de San Sebastián, fueron inmoladas á Dios
vivo, parecía tiempo que el héroe de Jesucristo
consumase en fin su sacrificio. Torcuato, infeliz apóstata
de la religión, fue el que dio parte á Fabián, sucesor de
Cromacio, que era Sebastián el que convertía á los
gentiles, y el que mantenía en la fe á los cristianos. No se
atrevía Fabián á mandarle arrestar, por el elevado
empleo que ocupaba en palacio, hasta dar parte al
emperador, informándole de la religión y del celo
ardiente del primer capitán de sus guardias.
Asombrado Diocleciano de lo que oía, mandó luego
llamar á Sebastián , y con las expresiones más sentidas
le acriminó su ingratitud, sobre todo por haber intentado
irritar la cólera de los dioses, contra el emperador y
contra el imperio, introduciendo hasta en su mismo
palacio una religión (como él decía) tan perniciosa al
Estado.
Respondió Sebastián con el mayor respeto, que, á su
modo de entender, no podía hacer servicio más
importante al emperador y al imperio que adorar á un
solo Dios verdadero; y que estaba tan distante de faltar á
su deber por el culto que rendía á Jesucristo, que antes
bien nada podía ser tan ventajoso al príncipe y al Estado
como tener vasallos fieles que, menospreciando á los
dioses falsos, hiciesen oración incesantemente al
Soberano Señor y Creador del Universo por la salud del
emperador y del imperio.
Irritado el emperador con esta generosa respuesta,
mandó al instante, sin esperar otra forma de proceso,
que Sebastián fuese llevado al centro de un campo y
amarrado á un tronco, y fuese asaeteado por los mismos

soldados de la guardia de arqueros númidas. Ejecutóse al
punto sin remisión esta cruel sentencia, y fue cubierto el
glorioso confesor de Cristo de una espesa lluvia de
saetas, dejándole por muerto sus verdugos. La noche
siguiente fue á buscar el santo cuerpo para darle
sepultura una devota mujer, llamada Irene, viuda del
santo mártir Cástulo, y quedó gozosamente admirada y
sorprendida hallándole todavía vivo. Hízole llevar
secretamente á su casa, donde dentro de poco tiempo
sanó perfectamente de todas sus heridas. Instábanle los
fieles para que se retirase; pero Sebastián, lejos de
rendirse á sus solicitudes, fue á buscar á Diocleciano, y
esperándole en una escalera, que llamaban el mirador
de Heliogábalo:
¿Es posible, señor, le dijo con valor y con
respeto,
que eternamente os habéis de dejar engañar de
los artificios y de las calumnias que perpetuamente se
están inventando contra los pobres cristianos? Tan lejos
están, gran príncipe, de ser enemigos del Estado, que no
tenéis otros vasallos más fieles, y que únicamente á sus
oraciones sois deudor de todas vuestras prosperidades.
Atónito el emperador al ver y al oír hablar á un
hombre que ya tenía por muerto:
¿Eres tú, le preguntó, el
mismo Sebastián á quien yo mandé quitar la vida
condenándole á que fuese asaeteado? Si, señor,
respondió el Santo,
el mismo Sebastián soy, y mi Señor
Jesucristo me conservó la misma vida para que en
presencia de todo este pueblo viniese ahora á dar
público testimonio de la impiedad y de la injusticia que
cometéis persiguiendo con tanto furor á los cristianos.
Enfurecido Diocleciano, mandó que le llevasen al
circo ó hipódromo de su palacio, y que allí fuese
públicamente apaleado hasta que expirase. Así se
ejecutó; y con este cruel suplicio pasó su alma á recibir
en el Cielo la corona del martirio el día 20 de Enero,
hacia el año 288.

Queriendo los paganos impedir que se diese
sepultura al cuerpo del Santo Mártir, le arrojaron en una
cloaca; pero no les valió su precaución, porque el santo
cuerpo quedó pendiente de un garfio, y el mismo San
Sebastián se apareció aquella noche á una señora de
mucha virtud, llamada Lucina ó Licinia, y la mandó que
sacase su cuerpo y le enterrase en el cementerio
subterráneo, llamado las catacumbas, al pie de los
sagrados cuerpos de los apóstoles San Pedro y San
Pablo.
Hoy elevase sobre su tumba una de las siete
basílicas de Roma, y sobre la cloaca donde quedó su
santo cuerpo abandonado existe la hermosísima iglesia
de San Andrés del Valle, notable, entre otras cosas, por
sus bellísimas pinturas. En una capilla lateral se conservan
sus restos en una urna. Parte de ellos están en
Francia en Nuestra Señora de Soissons y Nuestra Señora
de Moret, diócesis de Meaux.
Fue San Sebastián uno de los más ilustres mártires
que tuvo Roma en el siglo iii, después de nuestro español
San Lorenzo. Conocida es la obra del cardenal Wiseman,
Fabiola,
donde es celebrado el valor y triunfo de San
Sebastián.
Es invocado como abogado contra la peste, por la
experiencia que se ha tenido de su favor para con Dios
contra esta calamidad. Así lo experimentaron, Roma en
el año 680, Milán en 1575 y Lisboa en 1599.
También es
cosa muy antigua que la Iglesia romana invoque la protección
del Señor contra los enemigos de la fe por medio
de San Jorge, San Mauricio y San Sebastián.

1 comentario:

  1. san sebastian es un santo muy lindo y muy milagroso yo soy de san sebastian cuacnopalan y su fiesta es el dia 20 de enero es una fieta muy hermosa, y al paso de los años veo como cada año visitan mas peregrinos a san sebastian en su grandiosa fiesta.

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