20 nov 2011

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO ( ULTIMO DOMINGO ORDINARIO )


El pastorcillo que fue educado para ser rey... del universo

Para los que afirman que la realeza y los reyes son cosa del pasado, sabrán que todo el mundo quedó sorprendido cuando el Príncipe Felipe de España, anunció su boda con una periodista, reportera y presentadora en Televisión, Letizia, que fue enviada a Irak como reportera durante la invasión estadounidense, y que había hecho un postgrado en México al mismo tiempo que trabajaba en el diario Siglo XXI.

La pareja da una buena impresión, el Príncipe Felipe, apuesto, varonil, elegante, instruido, y ella, muy del siglo actual, despabilada y muy inteligente. Sería una pareja más en el mundo, de no ser porque pasado el tiempo, podrían llegar a convertirse en los reyes de España.

Esto nos introduce en la historia de un pequeño que fue educado para ser rey, siendo hijo de aldeanos, de gente trabajadora. Todo empezó hace muchos siglos, cuando una muchachita simpática, alegre, muy religiosa y ya comprometida con un apuesto joven de su misma aldea, Nazaret, en Israel, llamado José, recibió la inexplicable noticia de que de forma misteriosa tendría un hijo, que sería rey y cuyo reinado duraría por siglos y siglos.

Contra todo lo que pudiera pensarse, ella tuvo su hijo tal como le había sido anunciado. Su esposo la apoyó, se casaron felices y ambos se dedicaron al cuidado de aquella criatura que ante los demás llevaba el apellido y las cualidades del padre. María y José se dedicaron por entero al cuidado de la linda criatura.

El pequeño fue creciendo entre los trabajos y la vida de una obscura aldea. El cuidado de las pocas cabras en el monte cuando era pequeño, la ayuda y el aprendizaje de la carpintería con su padre, y el aprendizaje también de los rudimentos que todo niño de su edad debía saber.

Un capítulo muy importante era el aprendizaje de los salmos, que eran como corridos que eran recitados por su pueblo en todas las ocasiones. Pero más que dar idea que se preparaba para ser rey, el niño más tenía inclinaciones de llegar a ser un monje, pues los salmos calaban hondo en su corazón, y gustaba de grandes momentos para orar con la frente casi en el suelo. Pero no era un retraído, pues irradiaba alegría por todos los poros. Nunca se casó, pero no era un afeminado ni rehusaba la compañía de las mujeres. Nunca tuvo entrenamiento militar como hacía suponer su futura condición y nunca comandó ningún barco de guerra.

En el tiempo, su madre nunca vio por donde su hijo pudiera adquirir la realeza, y los cortesanos y los sirvientes y las mansiones que todo rey debe tener. El príncipe Felipe acaba de estrenar casa para él solo, de 1700 metros cuadrados, su solo dormitorio tiene 110 metros, y un vestidor de 35 metros, lo que permitiría a varias familias vivir comodísimamente. Cuando el Hijo de María cumplió los 30 años y se fue de casa, ella pensó que era el momento esperado. Que su hijo irá en busca de su reinado.

Él comenzó una aventura sin igual, se dedicó a buscar un grupo de seguidores, para recorrer juntos todos los caminos de Israel. Pronto, las gentes lo buscaban con avidez y con ansiedad, porque era un hombre bueno, un hombre sincero, que tenía siempre palabras de acogida para todos, y más lo buscaron, cuando de sus manos salían curaciones prodigiosas para cuantos lo solicitaran e incluso decían que había vuelto a la vida a algunas personas que ya habían dejado este mundo.

Su popularidad era patente pero el trono y la realeza no llegaban. La única vez que su madre lo vio triunfante y rodeado del cariño y la admiración de su pueblo, fue una vez que entró triunfante, por cierto montado en un borrico a la Ciudad de Jerusalén, la Ciudad de David, el gran Rey de Israel, del cual descendía su hijo.

Pero al mismo tiempo que la fama de su hijo corría de boca en boca, a María le llegaban noticias de que su hijo estaba incomodando a mucha gente, gente muy importante, que no estaban de acuerdo con la enseñanza de su hijo, y poco después recibió noticias de que habían decretado hacerlo morir, pues él estaba atentando contra los intereses de su Nación, del Culto de su Pueblo y del mismo Templo de Jerusalén.

Nunca pudieron acusarlo de nada serio, Y de pronto, también supo que a su hijo se lo aprendían, y después de un juicio precipitado y a todas luces injusto, había sido condenado a muerte. Y lo condenaban, porque “Se había declarado Hijo de Dios”.

Afrontado todos los peligros imaginables, María acompañó a su Hijo hasta aquél monte miserable donde él dejó su vida embarrada en lo alto de una cruz, instrumento de tortura y muerte para los peores criminales. Ahí, consolándole con su sola presencia, María vio morir a su Hijo, sin que ella contemplara nunca lo que se le había anunciado: un reino para su Hijo. Y con la muerte de aquél que había tenido en su entraña por nueve meses, al que había educado para ser rey, murió toda esperanza y se convirtió en el gran fracaso, el tremendo fracaso del aldeano que quiso ser rey.

Sin embargo, creo que hemos empleado un verbo totalmente inadecuado para nuestro empeño. Pareció que ahí, en la cruz, moría toda esperanza para aquella mujer, para María y para toda la humanidad de un Rey eterno, Universal y Salvador, de no ser porque el Hijo de María era también el Hijo de Dios, el enviado, el que viniendo ciertamente de María, había descendido del cielo para encabezar a la humanidad hacia la casa del Buen Padre Dios, para formar ahí la gran familia fundada por Cristo a costa de la entrega de su vida.

Y por ser el Hijo de Dios y por haberlo anunciado muchas veces, el Padre le dio el espaldarazo, la firma, una firma que a Cristo le faltaba para ser el Mesías, el Enviado, el Salvador, el REY. Y esa firma era su Resurrección, su vuelta a la vida, para encabezar la marcha de la humanidad por los caminos de la paz, del amor, de la solidaridad y del perdón hasta ser la gran familia de los hijos de Dios.

Tres días después de muerto, Cristo surgió por su propio poder y por el poder del Padre, a la vida, y después de acabar la instrucción de los que habían sido sus amigos y sus confidentes, después de haberles dejado la fuerza de su Espíritu Santo, subió a los cielos de donde había venido, para sentarse a la diestra del Padre, y recibir de él la corona de la gloria, una corona que los hombres le negaron y un cetro que los hombres le habían arrebatado inmisericordemente.

Los hombres le habían regalado una cruz, y el Padre le daba el lugar principal en su casa. Los hombres habían abierto su costado para robarle las últimas gotas de sangre y de agua de su corazón y el Padre le concedía que su corazón siguiera latiendo para siempre, intercediendo por todos aquellos por los que había sido enviado al mundo.

Y María, que había sido la madre buena que nunca se quejó de que Dios no le hubiera concedido a su Hijo el trono que le había anunciado, tuvo la dicha de encontrárselo ya resucitado y glorioso, primero en esta tierra, y después en la Gloria, a la que ella misma fue llamada, pues siempre guardó en su corazón las cosas que no entendía de su Hijo y nunca reclamó la supuesta ingratitud del Padre cuando vio que a su Hijo se lo mataban en lo alto de la montaña.

Esta historia tan larga no concluye, pues nosotros, los que ya hemos sido bautizados, sin mérito propio, estamos ya dentro del Reino fundado por Cristo y si somos capaces de tener los mismos sentimientos que él, si nuestra actitud es la misma que la de Cristo, si sabemos amar a los demás como él nos amó, también estaremos llamados a vivir para siempre con él y con María, esa madre buenaza que anima y alienta para que juntos ahora como una sola familia, podamos después descansar en los brazos amorosos del Buen Padre Dios.

Cristo Rey de todos los siglos, déjanos trabajar en tu Reino y luego llámanos a descansar contigo.

LITURGIA DE LA PALABRA

Señor: Sé que puedo hablarte, que puedo confiarte cosas grandes y pequeñas porque Tu eres mi Señor. Quiero pedirte hoy algo muy especial.

Quiero poner en tus manos a la persona de la que algún día estaré enamorad@, con quien compartiré mi vida entera. Te pido que l@ bendigas, l@ cuides y l@ ayudes.

Donde quiera que ande, bendice su camino, conserva su ánimo.

Guía sus pasos, fortalece su corazón, muéstrale tu misericordia...

No permitas que nada dañe su capacidad de amar. Aunque quizá no conozco a esta persona todavía, llénal@ de alegría, hazl@ generos@ y a mí ayúdame a ser mejor, hazme digna de estar a su lado.

Señor, que cuando vivamos juntos, seamos un verdadero Matrimonio, que podamos ser esposos en Tu nombre......

Donde quiera que se encuentre, bendícel@ y llénal@ de amor, y finalmente te pido que me ayudes a encontrarl@.

Así sea...



Con la solemnidad de Cristo Rey del universo, que celebramos este domingo, finaliza el Año Litúrgico. Si nos remontamos a principios del siglo XX, cuando fue instituida esta fiesta, es probable que los reyes, monarcas, príncipes, súbditos, etcétera, como así también sus reinos y principados, conservaran aún cierta vigencia social y política. En cambio, hoy, en pleno siglo XXI, parecería anacrónico y anticuado continuar adhiriendo y celebrando a un Rey. Sobre todo, si ese rey posee un reino y una manera muy particular de reinar, y su realeza es muy diferente de la que, históricamente, la humanidad ha concebido y desarrollado.

Con el objeto de continuar reflexionando acerca de esta celebración y sus efectos en nuestra vida personal y grupal, los invito a meditar el siguiente texto, titulado: “¿Cristo Rey en tiempos de democracia?”.

Puede sonar anacrónico para los que vivimos en esta parte del planeta, esto de que la Iglesia siga celebrando la fiesta de Cristo Rey, en tiempos de democracia (…).

Sin embargo, cada noviembre, al finalizar el año litúrgico, los católicos ponemos nuestra mirada en Cristo como nuestro rey. Por eso, son buenas unas líneas para ubicar, en las coordenadas de la actualidad, esta festividad que tanto significa en nuestras vidas.

La fiesta de Cristo rey fue proclamada en tiempos muy particulares, a principio del siglo pasado, con la idea de “procurar la restauración del Reino de Cristo” (1) para restablecer y vigorizar la paz en un mundo fracturado por la guerra. Han pasado muchos años, y la “paz” sigue siendo un anhelo que se balancea sobre los vientos del odio, los extremismos, la soberbia del poder, la falta del sentido de la vida, la depresión y la angustia en muchos pueblos y corazones humanos.

Es que el vivir “como si Dios no existiera”, ha llevado a la humanidad a este estado de desconsuelo y alerta, que aleja a los hombres de la felicidad que tanto nos empeñamos en buscar. Ayer como hoy, continúa vigente la invitación de recuperar y anunciar el Reino de Cristo a los hombres y mujeres que caminan a nuestro lado, para lo cual, es esencial que cada uno de nosotros nos animemos a vivir ese “reinado” en nuestra propia vida diaria.

Eso sí, este Reino no tiene paralelismo alguno con los reinados históricos que conocimos por los libros y manuales, o a los que nos asomamos hoy por las revistas de moda, la televisión satelital o Internet. Es un reino distinto desde su concepción misma, radicalmente distinto (Daniel 7, 14)... No es piramidal, donde el Rey está a la punta, sino que es Cristocéntrico; él que es Rey es el corazón mismo de este reinado y, desde su centro, alimenta, anima y guía, no a súbditos, sino a amigos (Juan 14, 15, 12-17.); es un reinado que no tiene fronteras, ni diferencias de lenguaje o de razas, porque alcanza a todo aquel que abre su corazón a la novedad del evangelio, es un reinado que promueve como leyes el Amor, la Justicia, la Bondad, la Libertad, la Solidaridad.

Es un Reino donde los bienaventurados son los pacíficos, los humildes, los puros, los justos, los de corazón recto; los que sufren, los que perseveran. Un Reino que nació en un pesebre, hizo camino acercándose al pueblo más pobre, más necesitado y olvidado. Un Reino cuyo escándalo es el amor; que perdona, que reinicia el camino, que tiende puentes, que consuela, que va en busca del que tiene necesidad de sentirse amado.

Es un Reino que se construye en la oficina, en el hogar, en el barrio, en la escuela o la fábrica, en la comunidad parroquial, en el grupo, en la patria; que se expande cuando en la normalidad del día, la Palabra del rey, que es Cristo, se encuentra con la vida.

Nuestro rey es un rey al que sabemos Hermano, porque él nos ha hecho hijos de un mismo Padre animados por la fuerza maravillosa de su Espíritu de Amor.

Por eso celebramos cada Cristo Rey, sin anacronismos, descubriendo una realidad mucho más profunda que la de una organización sociopolítica. Celebramos, en medio de las realidades a veces complejas y angustiantes del mundo de hoy, a Cristo, como principio y fin de la creación, como Amigo fiel que camina a nuestro lado, como Aquel que nos invitó, sin imposición, a esta vocación peculiar de seguirlo en la normalidad de nuestra vida cotidiana.

Cada Cristo Rey, queremos decir "¡Nosotros somos Cristo!", como san Agustín; porque lo seguimos como discípulos, porque queremos testimoniarlo, porque anhelamos llegar a él, aun sonando a contracorriente de lo que grita el mundo, pero descubriendo, en ese grito, las necesidades y esperanzas del mundo de hoy.

El Reino de Cristo no es de este mundo (cf. Jn 18, 36); pero paradójicamente es para este mundo, que, desorientado, busca una respuesta superadora a toda ideología. Debemos, entonces, poner en marcha o acentuar esta “revolución”, porque no es fruto de conquistas bélicas, de dominaciones políticas, de imperios económicos, de hegemonías culturales, de manejo de la comunicación, de imposición extremista; es fruto del seguimiento de Cristo, en la decisión de transformar la historia y construir, aquí y ahora, en nuestra propia realidad, en este contexto social de nuestra nación, una sociedad mejor a través de la obra de cada día y de la profecía de la esperanza cristiana en Aquel "que es y era y viene, el Omnipotente" (Apoc 1, 4) y que hace nueva todas las cosas siempre.

Por eso vale la pena celebrar, cada año, Cristo Rey.
Para la reflexión personal y grupal:

-¿Qué sensaciones y recuerdos nos evoca el término “rey”? ¿Nos traslada a cuentos, películas, historias, etc., que hemos escuchado durante la niñez? Citemos ejemplos…

-¿Qué reyes de la historia hemos conocido, a medida que fuimos creciendo? ¿Cómo eran estos reyes? ¿Cuáles sus modos y formas de reinar?

-¿Qué diferencias encontramos entre esos reyes y la manera de reinar que propone Jesús? ¿Cuáles son las características del Reino de Jesús?

-¿Consideramos “anticuado” y “pasado de moda” el hecho de que, como cristianos, continuemos celebrando la festividad de Cristo Rey?

-¿Creemos que, aún hoy, “reinan”, en nuestro mundo, otros tipos de “reyes” y “poderosos” como, por ejemplo, el dinero, el materialismo, la violencia, etc.? ¿Y, en nuestra vida íntima y personal, quien/nes reinan?

-¿De qué manera se puede convertir en realidad la invitación del texto, de construir el Reino en la oficina, en el hogar, en el colegio; en todos los ámbitos donde nos movemos?

-¿Qué significado, valor, trascendencia adquiere esta solemnidad en nuestra parroquia, comunidad, institución, grupo? ¿Y en lo personal?

-¿Podemos proponernos alguna iniciativa personal y/o comunitaria a partir de lo reflexionado?
Para profundizar nuestra reflexión:

Testigos de la verdad
Solemnidad de Cristo Rey (B) Juan 18, 33 - 37

El juicio tiene lugar en el palacio donde reside el prefecto romano cuando viene a Jerusalén. Acaba de amanecer. Pilato ocupa la sede desde la que dicta sus sentencias. Jesús comparece maniatado como un delincuente. Allí están frente a frente: el representante del imperio más poderoso y el profeta del reino de Dios.

A Pilato le resulta increíble que aquel hombre intente desafiar a Roma: «¿Con que tú eres rey?». Jesús es muy claro: «Mi reino no es de este mundo». No pertenece a ningún sistema injusto de este mundo. No pretende ocupar ningún trono. No busca poder ni dinero.

Pero no le oculta la verdad: «Soy Rey». Ha venido a este mundo a introducir verdad. Si su reino fuera de este mundo, tendría «guardias» que lucharían por él con armas. Pero sus seguidores no son «legionarios», sino «discípulos» que escuchan su mensaje y se dedican a poner verdad, justicia y amor en el mundo.

El reino de Jesús no es el de Pilato. El prefecto vive para extraer las riquezas y cosechas de los pueblos y conducirlas a Roma. Jesús vive «para ser testigo de la verdad». Su vida es todo un desafío: «todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Pilato no es de la verdad. No escucha la voz de Jesús. Dentro de unas horas, intentará apagarla para siempre.

El seguidor de Jesús no es «guardián» de la verdad, sino «testigo». No ha venido tras las huellas de Jesús para ser legionario, sino discípulo. Su quehacer no es disputar, combatir y derrotar a los adversarios, sino vivir la verdad del evangelio y comunicar la experiencia de Jesús que está cambiando su vida.

El cristiano tampoco es «propietario» de la verdad, sino testigo. No impone su doctrina, no controla la fe de los demás, no pretende tener razón en todo. Vive convirtiéndose a Jesús, contagia la atracción que siente por él, ayuda a mirar hacia el evangelio, pone en todas partes la verdad de Jesús. La Iglesia atraerá a la gente cuando vean que nuestro rostro se parece al de Jesús, y que nuestra vida recuerda a la suya.
Para rezar:

Cristo Jesús,
te reconocemos como Rey del universo,
renovamos ante ti las promesas del Bautismo.
Deseamos vivir como buenos cristianos,
anhelando ser santos en medio de nuestras obligaciones diarias.
Nos comprometemos especialmente,
a anunciar la buena nueva del Evangelio
a todos los hombres y mujeres con quienes compartimos el camino de la vida.
Divino Corazón de Jesús,
en tus manos ponemos nuestros esfuerzos
para que todos los corazones reconozcan tu realeza
y se establezca tu reino de paz en todo el mundo.
Amén.


Cristo Rey del Universo
La fiesta de Cristo Rey fue instituida en 1925 por el papa Pío XI, que la fijó en el domingo anterior a la solemnidad de todos los santos. La Iglesia, ciertamente, no había esperado dicha fecha para celebrar el soberano señorío de Cristo: Epifanía, Pascua, Ascensión, son también fiestas de Cristo Rey. Si Pío XI estableció esa fiesta, fue como él mismo dijo explícitamente en la encíclica Quas primas, con una finalidad de pedagogía espiritual. Ante los avances del ateísmo y de la secularización de la sociedad quería afirmar la soberana autoridad de Cristo sobre los hombres y las instituciones. Ciertos textos del oficio dejan entrever un último sueño de cristiandad.
En 1970 se quiso destacar más el carácter cósmico y escatológico del reinado de Cristo. La fiesta se convirtió en la de Cristo "Rey del Universo" y se fijó en el último domingo per annum. Con ella apunta ya el tiempo de adviento en la perspectiva de la venida gloriosa del Señor.
La transformación de la segunda parte de la colecta revela claramente el cambio introducido en el tema de la fiesta. La oración de 1925 pedía a Dios "que todos los pueblos disgregados por la herida del pecado, se sometan al suavísimo imperio" del reino de Cristo. El texto modificado pide a Dios "que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin".

Cristo, piedra angular.

El año litúrgico llega a su fin. Desde que lo comenzamos, hemos ido recorriendo el círculo que describe la celebración de los diversos misterios que componen el único misterio de Cristo: desde el anuncio de su venida (Adviento), hasta su muerte y resurrección (Ciclo Pascual), pasando por su nacimiento (Navidad), presentación al mundo (Epifanía) y la cadencia semanal del domingo. Con cada uno de ellos, hemos ido construyendo un arco, al que hoy ponemos la piedra angular. Este es el sentido profundo de la solemnidad de Cristo – Rey del Universo, es decir, de Cristo – Glorioso que es el centro de la creación, de la historia y del mundo. “Todos perciben en sus almas una alegría inmensa, al considerar la santa Humanidad de Nuestro Señor: un Rey con corazón de carne, como el nuestro; que es autor del universo y de cada una de las criaturas, y que no se impone dominando: mendiga un poco de amor, mostrándonos, en silencio, sus manos llagadas”. (San Josemaría Escrivá de Balaguer)
Pío XI, al establecer esta fiesta, quiso centrar la atención de todos en la imagen de Cristo, Rey divino, tal como la representaba la primitiva Iglesia, sentado a la derecha del Padre en el ábside de las basílicas cristianas, aparece rodeado de gloria y majestad. La cruz nos indica que de ella arranca la grandeza imponente de Jesucristo, Rey de vivos y de muertos. (P. Morales, I. L.)
La Iglesia anuncia hoy alborozada que “el Cordero degollado”, al entregar su vida “en el altar de la Cruz”, reconquistó con su sangre preciosa toda la creación y se la entregó a su Padre, aunque sólo al final de los tiempos esa “entrega” será plena y definitiva. Al anunciar y celebrar hoy el triunfo de Cristo, nos llenamos de alegría y esperanza, sabiendo que Él nos llevará a su reino eterno, si ahora damos de comer al hambriento, y de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y enterrar a los muertos (Evangelio.)
“Yo soy Rey”

Esta fue la respuesta rotunda de Jesús a Pilato. Aunque la respuesta completa fue ésta: “Pero mi reino no es de aquí”.
Pero si el reino de Jesucristo no es de este mundo, se inicia y realiza germinalmente ya en este mundo. Es verdad que sólo al final de los tiempos y tras el juicio final alcanzará su plenitud definitiva, pues sólo entonces triunfará definitivamente del demonio, el pecado, el dolor y la muerte.
Pero ya ahora, “el reino instaurado por Jesucristo actúa como fermento y signo de salvación para construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario, inspirado en los valores evangélicos de la esperanza y de la bienaventuranza, a la que todos estamos llamados” (JUAN PABLO II.) Los santos –únicos que se han tomado en serio su reinado- han sido grandes sembradores de comprensión, justicia, amor y la paz siempre y en todas partes. ¡Pobre tierra esta nuestra sin su acción y la de los demás seguidores de Jesús!. A pesar de sus debilidades y pecados.
“Jesucristo es Rey que hace reyes a sus seguidores coronándolos en el cielo.” (San Buenaventura)
La historia de los mártires de Cristo Rey se ha reproducido siempre que el amor de Dios se apodera de un alma
Oposición al Señor.
¿Por qué, entonces, tantos se oponen al reino de Jesucristo? Porque es evidente que son muchos los políticos, escritores, artistas, creadores de opinión, detentadores del dinero y del poder, gente de a pie, que gritan –con el más cruel y eficaz de los lenguajes: el de las obras- “¡No queremos que Él reine sobre nosotros!”. Ese es el grito que se esconde tras tantos diseños de la familia, de la educación, de la moda, de la cultura, de la sociedad actual (cf. San JOSEMARIA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n. 179). Cierto que es un grito que no pocas veces es un eco del “no saben lo que hacen”. Pero no por eso menos real y doloroso.
Nosotros hemos de empeñarnos en lo contrario. Dejarle reinar en nuestra inteligencia, en nuestra voluntad, corazón, cuerpo, familia. Y hacer que reine en nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo y gente que se cruce en nuestro caminar. (José Antonio Abad, Comentarios Litúrgicos, Rev. Palabra)

Cristo
Viene de la traducción griega del término hebreo “Mesías” que quiere decir “ungido”. No pasa a ser nombre propio de Jesús sino porque Él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido de Él. Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey. (C.I.C 436)
Como Hijo de Dios, le correspondía por naturaleza un absoluto dominio sobre todas las cosas salidas de sus manos creadoras. “Todas han sido creadas por y en Él. En el cielo y en la tierra, todas las cosas subsisten por Él, las visibles y las invisibles”. Pero además es Rey nuestro por derecho de conquista. Él nos rescató del pecado, de la muerte eterna.
Cristo reina ya mediante la Iglesia
“Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos” (Rm 14,9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos, y en la tierra. Él está “por encima de todo principado, Potestad, Virtud, Dominación” porque el Padre “bajo sus pies sometió todas las cosas”. (Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf Ef 4, 10; 1 Co 15, 24.27-28) y de la historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1,10), su cumplimiento trascendente. (C.I.C 668)
Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (cf Ef 4, 11-13). C.I.C 669
Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. “Adquirió” este derecho por la Cruz.
Profundicemos llenos de agradecimiento, como aquellos colosenses a quienes Pablo dirige su carta, en el misterio de amor que es para nosotros Cristo Rey redimiéndonos: “Demos gracias a Dios Padre, que nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo dignos de la herencia de los santos en la luz, introduciéndonos en el Reino del Hijo de su amor, en el cual tenemos redención por su sangre, perdón de los pecados”. (Col. 1. 12)
Él se ofreció en la cruz, como hostia inmaculada pacífica para que todos los hombres se sujetasen a su dominio. Y así poder entregar al Padre ese Reino eterno y universal formado con las almas que con Él y en Él se salvan siempre. Reino de verdad y de vida, Reino de Santidad y gracia, Reino de justicia, amor y paz.
“El Señor me ha empujado a repetir, desde hace mucho tiempo, un grito callado: serviré. Que El nos aumente esos afanes de entrega, de fidelidad, a su divina llamada –con naturalidad, sin aparato, sin ruido-, en medio de la calle. Démosle gracias desde el fondo del corazón. Dirijámosle una oración de súbditos, ¡de hijos!, y la lengua y el paladar se nos llenaran de leche y de miel, nos sabrá a panal tratar del reino de Dios, que es un Reino de libertad, de la libertad que El nos ganó”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario