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27 nov 2011
NUESTRA SEÑORA DE LA MEDALLA MILAGROSA ( 27 DE NOVIEMBRE )
Las apariciones
El 1830 es un año clave: tiene lugar en París la primera aparición moderna de la Virgen Santísima. Comienza lo que Pío XII llamó la "era de María", una etapa de repetidas visitaciones celestiales. Entre otras: La Salette, Lourdes, Fátima ... Y como en su visita a Santa Isabel, siempre viene para traernos gracia, para acercarnos a Jesús, el fruto bendito de su vientre. También para recordarnos el camino de salvación y advertirnos las consecuencias de optar por otros caminos.
Sta. Catalina Labouré
Catalina nació el 2 de mayo de 1806, en Fain-les-Moutiers, Borgoña ( Francia ). Entró a la vida religiosa con la Hijas de la Caridad el 22 de enero de 1830 y después de tres meses de postulantado, 21 de abril, fue trasladada al noviciado de París, en la Rue du Bac, 140.
El Corazón de San Vicente
La novicia estaba presente cuando trasladaron los restos de su fundador, San Vicente de Paul, a la nueva iglesia de los Padres Paules a solo unas cuadras de su noviciado. El brazo derecho del santo fue a la capilla del noviciado. En esta capilla, durante la novena, Catalina vio el corazón de San Vicente en varios colores. De color blanco, significando la unión que debía existir entres las congregaciones fundadas por San Vicente. De color rojo, significando el fervor y la propagación que habían de tener dichas congregaciones. De color rojo oscuro, significando la tristeza por el sufrimiento que ella padecería. Oyó interiormente una voz: " el corazón de San Vicente está profundamente afligido por los males que van a venir sobre Francia ". La misma voz añadió un poco mas tarde: " El corazón de San Vicente está mas consolado por haber obtenido de Dios, a través de la intercesión de la Santísima Virgen María, el que ninguna de las dos congregaciones perezca en medio de estas desgracias, sino que Dios hará uso de ellas para reanimar la fe ".
Visiones del Señor en la Eucaristía
Durante los 9 meses de su noviciado en la Rue du Bac, sor Catalina tuvo también la gracia especial de ver todos los días al Señor en el Santísimo Sacramento.
El domingo de la Santísima Trinidad, 6 de junio de 1830, el Señor se mostró durante el evangelio de la misa como un Rey, con una cruz en el pecho. De pronto, los ornamentos reales de Jesús cayeron por tierra, lo mismo que la cruz, como unos despojos desperdiciables. "Inmediatamente - escribió sor Catalina - tuve las ideas mas negras y terribles: que el Rey de la tierra estaba perdido y sería despojado de sus vestiduras reales. Sí, se acercaban cosa malas ".
Catalina sueña con ver a la Virgen
El domingo 18 de Julio 1930, víspera de la fiesta de San Vicente de Paúl, La maestra de novicias les había hablado sobre la devoción a los santos, y en particular a la Reina de todos ellos, María Santísima. Sus palabras, impregnadas de fe y de una ardiente piedad, avivaron en el corazón de Sor Laboure el deseo de ver y de contemplar el rostro de la Santísima Virgen. Como era víspera de San Vicente, les habían distribuido a cada una un pedacito de lienzo de un roquete del santo. Catalina se lo tragó y se durmió pensando que S. Vicente, junto con su ángel de la guarda, le obtendrían esa misma noche la gracia de ver a la Virgen como era su deseo. Precisamente, los anteriores favores recibidos en las diversas apariciones de San Vicente a Sor Catalina alimentaban en su corazón una confianza sin limites hacia su bienaventurado padre, y su candor y viva esperanza no la engañaron. "La confianza consigue todo cuanto espera" (San Juan de la Cruz).
El Angel la despierta
Todo era silencio en la sala donde dormía Sor Catalina y cerca de las 11:30 PM oyó que por tres veces la llamaban por su nombre. Se despertó y apartando un poco las cortinas de su cama miro del lado que venia la voz y vio entonces un niño vestido de blanco, que parecía tener como cuatro o cinco años, y el cual le dijo: "Levántate pronto y ven a la capilla; la Santísima Virgen te espera".
Sor Catalina vacila; teme ser notada de las otras novicias; pero el niño responde a su preocupación interior y le dice: "No temas; son las 11;30 p.m.; todas duermen muy bien. Ven yo te aguardo".
Ella no se detiene ya ni un momento; se viste con presteza y se pone a disposición de su misterioso guía, "que permanecía en pie sin separarse de la columna de su lecho."
Vestida Sor Catalina, el niño comienza a andar, y ella lo sigue marchando a "su lado izquierdo". Por donde quiera que pasaban las luces se encendían. El cuerpo del niño irradiaba vivos resplandores y a su paso todo quedaba iluminado.
Al llegar a la puerta de la capilla la encuentra cerrada; pero el niño toca la puerta con su dedito y aquella se abrió al instante.
Dice Catalina: "Mi sorpresa fue mas completa cuando, al entrar a la capilla, vi encendidas todas las velas y los cirios, lo que me recordaba la Misa de media noche". (todavía ella no ve a la Virgen)
El niño la llevó al presbiterio, junto al sillón destinado al P. Director, donde solía predicar a las Hijas de la Caridad, y allí se puso de rodillas, y el niño permaneció de pie todo el tiempo al lado derecho.
La espera le pareció muy larga, ya que con ansia deseaba ver a la Virgen. Miraba ella con cierta inquietud hacia la tribuna derecha, por si las hermanas de vela, que solían detenerse para hacer un acto e adoración, la veían.
Por fin llego la hora deseada, y el niño le dijo: "Ved aquí a la Virgen, vedla aquí"
Sor Catalina oyó como un rumor, como el roce de un traje de seda, que partía del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José. Vio que una señora de extremada belleza, atravesaba majestuosamente el presbiterio, "fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor, al lado del Evangelio".
Catalina sueña con ver a la Virgen
El domingo 18 de Julio 1930, víspera de la fiesta de San Vicente de Paúl, La maestra de novicias les había hablado sobre la devoción a los santos, y en particular a la Reina de todos ellos, María Santísima. Sus palabras, impregnadas de fe y de una ardiente piedad, avivaron en el corazón de Sor Laboure el deseo de ver y de contemplar el rostro de la Santísima Virgen. Como era víspera de San Vicente, les habían distribuido a cada una un pedacito de lienzo de un roquete del santo. Catalina se lo tragó y se durmió pensando que S. Vicente, junto con su ángel de la guarda, le obtendrían esa misma noche la gracia de ver a la Virgen como era su deseo. Precisamente, los anteriores favores recibidos en las diversas apariciones de San Vicente a Sor Catalina alimentaban en su corazón una confianza sin limites hacia su bienaventurado padre, y su candor y viva esperanza no la engañaron. "La confianza consigue todo cuanto espera" (San Juan de la Cruz).
El Angel la despierta
Todo era silencio en la sala donde dormía Sor Catalina y cerca de las 11:30 PM oyó que por tres veces la llamaban por su nombre. Se despertó y apartando un poco las cortinas de su cama miro del lado que venia la voz y vio entonces un niño vestido de blanco, que parecía tener como cuatro o cinco años, y el cual le dijo: "Levántate pronto y ven a la capilla; la Santísima Virgen te espera".
Sor Catalina vacila; teme ser notada de las otras novicias; pero el niño responde a su preocupación interior y le dice: "No temas; son las 11;30 p.m.; todas duermen muy bien. Ven yo te aguardo".
Ella no se detiene ya ni un momento; se viste con presteza y se pone a disposición de su misterioso guía, "que permanecía en pie sin separarse de la columna de su lecho."
Vestida Sor Catalina, el niño comienza a andar, y ella lo sigue marchando a "su lado izquierdo". Por donde quiera que pasaban las luces se encendían. El cuerpo del niño irradiaba vivos resplandores y a su paso todo quedaba iluminado.
Al llegar a la puerta de la capilla la encuentra cerrada; pero el niño toca la puerta con su dedito y aquella se abrió al instante.
Dice Catalina: "Mi sorpresa fue mas completa cuando, al entrar a la capilla, vi encendidas todas las velas y los cirios, lo que me recordaba la Misa de media noche". (todavía ella no ve a la Virgen)
El niño la llevó al presbiterio, junto al sillón destinado al P. Director, donde solía predicar a las Hijas de la Caridad, y allí se puso de rodillas, y el niño permaneció de pie todo el tiempo al lado derecho.
La espera le pareció muy larga, ya que con ansia deseaba ver a la Virgen. Miraba ella con cierta inquietud hacia la tribuna derecha, por si las hermanas de vela, que solían detenerse para hacer un acto e adoración, la veían.
Por fin llego la hora deseada, y el niño le dijo: "Ved aquí a la Virgen, vedla aquí"
Sor Catalina oyó como un rumor, como el roce de un traje de seda, que partía del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José. Vio que una señora de extremada belleza, atravesaba majestuosamente el presbiterio, "fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor, al lado del Evangelio".
Sor Catalina en el fondo de su corazón dudaba si verdaderamente estaba o no en presencia de la Reina de los Cielos, pero el niño le dijo: "Mira a la Virgen".
Le era casi imposible describir lo que experimentaba en aquel instante, lo que paso dentro de ella, y le parecía que no veía a la Santísima Virgen.
Entonces el niño le habló, no como niño, sino como el hombre mas enérgico y palabras muy fuertes: -"¿Por ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal en la forma que mas le agrade?" "
Entonces, mirando a la Virgen, me puse en un instante a su lado, me arrodille en el presbiterio, con las manos apoyadas en las rodillas de la Santísima Virgen. "Allí pasé los momentos más dulces de mi vida; me sería imposible decir lo que sentí".
Ella me dijo cómo debía portarme con mi director, la manera de comportarme en las penas y acudir (mostrándome con la mano izquierda) a arrojarme al pie del altar y desahogar allí mi corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad. Entonces le pregunté que significaban las cosa que yo había visto, y ella me lo explicó todo ".
Instrucciones de la Santísima Virgen
Fueron muchas las confidencias que Sor Catalina recibió de los labios de María Santísima, pero jamas podremos conocerlas todas, porque respecto a algunas de ellas, le fue impuesto el mas absoluto secreto.
La Virgen le dio algunos consejos para su particular provecho espiritual: (La Virgen es Madre y Maestra)
1- Como debía comportarse con su director (humildad profunda y obediencia). Esto a pesar de que su confesor, el padre Juan María Aladel, no creyó sus visiones y le dijo que las olvidara.
2- La manera de comportarse en las penas, (paciencia, mansedumbre, gozo)
3- Acudir siempre (mostrándole con la mano izquierda) a arrojarse al pie del altar y desahogar su corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviese necesidad. (corazón indiviso, no consuelos humanos)
La Virgen también le explicó el significado de todas las apariciones y revelaciones que había tenido de San. Vicente y del Señor.
Luego continuó diciéndole:
Dios quiere confiarte una misión; te costara trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la gloria de Dios. Tu conocerás cuan bueno es Dios. Tendrás que sufrir hasta que los digas a tu director. No te faltaran contradicciones; mas te asistirá la gracia; no temas. Háblale a tu director con confianza y sencillez; ten confianza no temas. Veras ciertas cosas; díselas. Recibirás inspiraciones en la oración.
Los tiempos son muy calamitosos. Han de llover desgracias sobre Francia. El trono será derribado. El mundo entero se verá afligido por calamidades de todas clases (al decir esto la Virgen estaba muy triste). Venid a los pies de este altar, donde se prodigaran gracias a todos los que las pidan con fervor; a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres.
Deseo derramar gracias sobre tu comunidad; lo deseo ardientemente. Me causa dolor el que haya grandes abusos en la observancia, el que no se cumplan las reglas, el que haya tanta relajación en ambas comunidades a pesar de que hay almas grandes en ellas. Díselo al que esta encargado de ti, aunque no sea el superior. Pronto será puesto al frente de la comunidad. El deberá hacer cuanto pueda para restablecer el vigor de la regla. Cuando esto suceda otra comunidad se unirá a las de ustedes.
Vendrá un momento en que el peligro será grande; se creerá todo perdido; entonces yo estaré contigo, ten confianza. Reconocerás mi visita y la protección de Dios y de San Vicente sobre las dos comunidades..
Mas no será lo mismo en otras comunidades, en ellas habrá víctimas..(lagrimas en los ojos). El clero de París tendrá muchas víctimas..Morirá el señor Arzobispo.
Hija mía, será despreciada la cruz, y el Corazón de mi Hijo será otra vez traspasado; correrá la sangra por las calles ( la Virgen no podía hablar del dolor, las palabras se anudaban en su garganta; semblante pálido). El mundo entero se entristecerá . Ella piensa: ¿cuando ocurrirá esto? y una voz interior asegura: cuarenta años y diez y después la paz.
La Virgen, después de estar con ella unas dos horas, desaparece de la vista de Sor Catalina como una sombra que se desvanece.
En esta aparición la Virgen:
Le comunica una misión que Dios le quiere confiar.
La prepara con sabios consejos para que hable con sumisión y confianza a su director.
Le anuncia futuros eventos para afianzar la fe de aquellos que pudieran dudar de la aparición.
Le Regala una relación familiar de madre-hija: la ve, se acerca a ella, hablan con familiaridad y sencillez, la toca y la Virgen no solo consiente, sino que se sienta para que Catalina pueda aproximarse hasta el extremo de apoyar sus brazos y manos en las rodillas de la Reina del Cielo.
Todas las profecías se cumplieron:
1-la misión de Dios pronto le fue indicada con la revelación de la medalla milagrosa.
2-una semana después de esta aparición estallaba la revolución. Los revoltosos ocupaban las calles de París, saqueos, asesinatos, y finalmente era destronado Carlos X, sustituido por el "rey ciudadano" Luis Felipe I, gran maestro de la masonería.
3-El P. Aladel (director) es nombrado en 1846 Director de las Hijas de la Caridad, establece la observancia de la regla y hacia la década del 60 otra comunidad femenina se une a las Hijas de la Caridad.
4-En 1870 (a los 40 años) llegó el momento del gran peligro, con los horrores de la Comuna y el fusilamiento del Arzobispo Mons. Darboy y otros muchos sacerdotes.
5- solo queda por cumplir la ultima parte.
Aparición del 27 de noviembre del 1830
La tarde el 27 de Nov. de 1830, sábado víspera del primer domingo de Adviento, en la capilla, estaba Sor Catalina haciendo su meditación, cuando le pareció oír el roce de un traje de seda que le hace recordar la aparición anterior.
Aparece la Virgen Santísima, vestida de blanco con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello. Cubría su cabeza un velo blanco que sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies. Cuando quiso describir su rostro solo acertó a decir que era la Virgen María en su mayor belleza.
Sus pies posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, y aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas. Sus manos elevadas a la altura del corazón sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una crucecita.
La Stma. Virgen mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo el globo. A veces miraba al cielo y a veces a la tierra. De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, circundándola en este momento de tal claridad, que no era posible verla.
Tenia tres anillos en cada dedo; el mas grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y no mas pequeño, en la extremidad. De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos, que se alargaban hacia abajo; llenaban toda la parte baja.
Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, ella la miró y dijo a su corazón:
Este globo que ves (a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden.
Con estas palabras La Virgen se da a conocer como la mediadora de las gracias que nos vienen de Jesucristo.
El globo de oro (la riqueza de gracias) se desvaneció de entre las manos de la Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies.
La Medalla Milagrosa:
En este momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: "María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti"
Estas palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda .
Oyó de nuevo la voz en su interior: "Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán mas abundantes para los que la lleven con confianza".
La aparición, entonces, dio media vuelta y quedo formado en el mismo lugar el reverso de la medalla.
En el aparecía una M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por una espada. En torno había doce estrellas.
La misma aparición se repitió, con las mismas circunstancias, hacia el fin de diciembre de 1830 y a principios de enero de 1831. La Virgen dijo a Catalina: "En adelante, ya no veras , hija mía; pero oirás mi voz en la oración".
Un día que Sor Catalina estaba inquieta por no saber que inscripción poner en el reverso de la medalla, durante la oración, la Virgen le dijo: "La M y los dos corazones son bastante elocuentes".
Símbolos de la Medalla y mensaje espiritual:
En el Anverso:
-María aplastando la cabeza de la serpiente que esta sobre el mundo. Ella, la Inmaculada, tiene todo poder en virtud de su gracia para triunfar sobre Satanás.
-El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la mujer del Apocalipsis, vestida del sol.
-Sus manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de madre y mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes pidan.
-Jaculatoria: dogma de la Inmaculada Concepción (antes de la definición dogmática de 1854). Misión de intercesión, confiar y recurrir a la Madre.
-El globo bajo sus pies: Reina del cielos y tierra.
-El globo en sus manos: el mundo ofrecido a Jesús por sus manos.
En el reverso:
-La cruz: el misterio de redención- precio que pagó Cristo. obediencia, sacrificio, entrega
-La M: símbolo de María y de su maternidad espiritual.
-La barra: es una letra del alfabeto griego, "yota" o I, que es monograma del nombre, Jesús.
Agrupados ellos: La Madre de Jesucristo Crucificado, el Salvador.
-Las doce estrellas: signo de la Iglesia que Cristo funda sobre los apóstoles y que nace en el Calvario de su corazón traspasado.
-Los dos corazones: la corredención. Unidad indisoluble. Futura devoción a los dos y su reinado.
Nombre:
La Medalla se llamaba originalmente: "de la Inmaculada Concepción", pero al expandirse la devoción y haber tantos milagros concedidos a través de ella, se le llamó popularmente "La Medalla Milagrosa".
Conversión de Ratisbone:
Alfonso Ratisbone era abogado y banquero, judío, de 27 años. Tenía gran odio hacia los católicos porque su hermano Teodoro se había convertido y ordenado sacerdote, tenía como insignia la medalla milagrosa y luchaba por la conversión de los judíos.
Alfonso pensaba casarse poco después con una hija de su hermano mayor, Flora, diez años menor que el, cuando en enero de 1842, haciendo un viaje de turismo a Nápoles y Malta, por una equivocación de trenes llego a Roma. Aquí se creyó en la obligación de visitar a un amigo de la familia, el barón Teodoro de Bussiere, protestante convertido al catolicismo.
El barón le recibió con toda cordialidad y se ofreció a enseñarle Roma. En una reunión donde Ratisbone hablaba horrores de los católicos, este barón lo escuchó con mucha paciencia y al final le dijo: "Ya que usted está tan seguro de si, prométame llevar consigo lo que le voy a dar- ¿Que cosa?. Esta medalla. Alfonso la rechazó indignado y el barón replicó: "Según sus ideas, el aceptarla le debía dejar a usted indiferente. En cambio a mi me causaría satisfacción." Se echó a reír y se la puso comentando que él no era terco y que era un episodio divertido. El barón se la puso al cuello y le hizo rezar el Memorare.
El barón pidió oraciones a varias personas entre ellas al conde La Ferronays quien le dijo: "si le ha puesto la medalla milagrosa y le ha hecho rezar el Memorare, seguro que se convierte." El conde murió de repente dos días después. Se supo que durante esos dos días había ido a la basílica de Sta. María la Mayor a rezar cien Memorares por la conversión de Ratisbone.
Por la Plaza España se encuentra el barón con Ratisbone en su último día en Roma y este le invita a pasear. Pero antes tenía que pasar por la Iglesia de San Andrés a arreglar lo del funeral del conde. Ratisbone le acompaña a la Iglesia. He aquí su testimonio de lo que entonces sucedió: "a los pocos momentos de encontrarme en la Iglesia, me sentí dominado por una turbación inexplicable. Levanté los ojos y me pareció que todo el edificio desaparecía de mi vista. Una de las capillas (la de San Miguel) había concentrado toda la luz, y en medio de aquel esplendor apareció sobre el altar, radiante y llena de majestad y de dulzura, la Virgen Santísima tal y como esta grabada en la medalla. Una fuerza irresistible me impulsó hacia la capilla. Entonces la Virgen me hizo una seña con la mano como indicándome que me arrodillara... La Virgen no me habló pero lo he comprendido todo."
El barón lo encuentra de rodillas, llorando y rezando con las manos juntas, besando la medalla. Poco tiempo mas tarde es bautizado en la Iglesia del Gesu en Roma. Por orden del Papa, se inicia un proceso canónico, y fue declarado "verdadero milagro".
Alfonso Ratisbone entró en la Compañía de Jesús. Ordenado sacerdote, fue destinado a París donde estuvo ayudando a su hermano Teodoro en los catecumenados para la conversión de los judíos.
Después de haber sido por 10 años Jesuita, con permiso sale de la orden y funda en 1848, las religiosas y las misiones de Ntra. Sra. de Sión. En solo los diez primeros años Ratisbone consiguió la conversión de 200 judíos y 32 protestantes. Trabajó lo indecible en Tierra Santa, logrando comprar el antiguo pretorio de Pilato, que convirtió en convento e Iglesia de las religiosas. También consiguió que estas religiosas fundasen un hospicio en Ain-Karim, donde murió santamente en 1884 a los 70 años.
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Triduo en honor de la Virgen de la Medalla Milagrosa.
Por la señal de la Santa Cruz, etc.
ACTO DE CONTRICION.
Oración para todos los días:
¡Oh María sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
¡Dulcísima Reina de los cielos y de la tierra!; que por amor a los hombres te dignastes a manifestarte, a vuestra sierva Sor Catalina, con las manos llenas de rayos de luz; a fìn de hacer saber al mundo que deseas derramar abundantes gracias sobre todos los que con confianza te piden; Concèdeme Madre mía, que a imitación de Sor Catalina derrames en mi alma la luz necesaria para conocer mi nada y mi miseria; y lo mucho que debo a mi Padre Dios, por tantísimos beneficios, como me ha dispensado; y que cumpliendo su voluntad en esta vida; pueda gozarle en Tu compañía eternamente en el cielo. Amén.
Tres Ave Marías, y 3 veces la jaculatoria “Oh María sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Primer Día:
¡Amorosísima Madre mía!, que placer tiene mi alma, cuando considero que tantos deseos tienes en concederme vuestros favores; que no esperas otra cosa, sino que acuda a Tì, para remediar nuestros males y llenarnos de vuestras gracias y dones.
Oh María, mi Madre amada, reina de la Corte Celestial, te ruego que todos acudamos siempre a Tì, como nuestra única esperanza.
Oración Final:
Acuérdate, ¡Oh piadosísima Siempre Virgen María!, que no se ha oído decir jamás; que ninguno de los que han recurrido a vuestra protección, e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado de Tì. Animado con esta confianza, ¡Oh Virgen de las Vírgenes!, a Tì vengo; gimiendo bajo el peso de mis pecados, me postro a Tus pies.
¡Oh Madre del Divino Verbo!, no desprecies mis súplicas; antes bien, escúchalas favorablemente, y dignate acogerlas. Amén.
Tres veces la jaculatoria: “Oh María sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Segundo Día:
¡Santísima Madre de Dios!, ¡Señora nuestra y mi tierna Madre!; que consuelo tan grande siente mi corazón, cuando contempla Tu imagen, como te viò Sor Catalina, con un globo en vuestras Divinas Manos, que representaba toda la tierra, y lo estrechabas sobre vuestro pecho; simbolizando así el amor que tienes a los hombres. Concèdeme, ¡oh Divina Madre Eterna! ¡Oh Madre mía!, el que sepamos corresponder a tanto amor, procurando imitar vuestras virtudes. Así sea.
Continúe con la oración final.
Tercer Día:
¡Virgen Inmaculada!. ¡Celestial Madre mía! Con que placer llego ante Tu Santísimo Altar; para contemplar Tus virtudes y exponer mis penas. Que aliento santo cobra mi espíritu, al acercarme ante Tu Sagrada Imagen; donde veo representada la más profunda humildad; una modestia admirable y el resto de todas las perfecciones con que el Señor Dios te adornó.
Haz ¡Madre Santísima!, ¡Divina y Celestial Señora! ¡Reina del Clero, de los apóstoles! ¡Madre del Mecías! ¡Hija predilecta de Dios Padre! Que oigamos siempre Tus maternales avisos, para que arrepentidos de nuestras culpas, e imitando vuestras virtudes; logremos la inmensa dicha de estar contigo en el cielo, por toda la eternidad. Así sea.
Continúe con la oración final.
El 27 de noviembre de 1830. La Virgen Santísima se apareció a Santa Catalina Labouré, humilde religiosa vicentina, y se le apareció de esta manera. La Virgen venía vestida de blanco. Junto a Ella había un globo luciente sobre el cual estaba la cruz- Nuestra Señora abrió sus manos y de sus dedos fulgentes salieron rayos luminosos que descendieron hacia la tierra. María Santísima dijo entonces a Sor Catalina:
"Este globo que has visto es el mundo entero donde viven mis hijos. Estos rayos luminosos son las gracias y bendiciones que yo expando sobre todos aquellos que me invocan como Madre. Me siento tan contenta al poder ayudar a los hijos que me imploran protección. ¡Pero hay tantos que no me invocan jamás! Y muchos de estos rayos preciosos quedan perdidos, porque pocas veces me rezan".
Entonces alrededor de la cabeza de la Virgen se formó un círculo o aureola con estas palabras: "OH María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a tí". Y una voz dijo a Catalina: "Hay que hacer una Medalla semejante a esta que estás viendo. Todas las personas que la lleven, sentirán la protección de la Virgen", y apareció una M sobre la M una cruz, y debajo los corazones de Jesús y María. Es lo que hoy está en la Medalla Milagrosa.
ORACIÓN DE CONSAGRACIÓN
A LA MILAGROSA
Postrado ante vuestro acatamiento, ¡Oh Virgen de la Medalla Milagrosa!, y después de saludaros en el augusto misterio de vuestra concepción sin mancha, os elijo, desde ahora para siempre, por mi Madre, Abogada, Reina y Señora de todas mis acciones y Protectora ante la majestad de Dios. Yo os prometo, virgen purísima, no olvidaros jamás, ni vuestro culto ni los intereses de vuestra gloria, a la vez que os prometo también promover en los que me rodean vuestro amor. Recibidme, Madre tierna, desde este momento y sed para mí el refugio en esta vida y el sostén a la hora de la muerte. Amén.
PARA OBTENER UNA GRACIA ESPECIAL
¡Oh María, consuelo de cuantos os invocan!. Escuchad benigna la confiada oración que en mi necesidad elevo al trono de vuestra misericordia. ¿A quién podré recurrir mejor que a Vos, Virgen bendita, que sólo respiráis dignidad y clemencia, que dueña de todos los bienes de Dios, sólo pensáis en difundirlos en torno vuestro? Sed pues mi amparo, mi esperanza en esta ocasión; y ya que devotamente pende de mi cuello la Medalla Milagrosa, prenda inestimable de vuestro amor, concededme, Madre Inmaculada, concededme la gracia que con tanta insistencia os pido.
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PARA OBTENER LA CONVERSIÓN DE UN PECADOR
¡Oh Virgen Inmaculada, verdadera escala por donde pueden los pecadores llegar al reino de Dios! Mostraos tal en la conversión de este infeliz que eficazmente encomendamos a vuestro patrocinio; iluminad su inteligencia con los rayos de luz divina que proyecta vuestra Medalla, para que conozca la vida peligrosa que arrastra, la inmensa desventura en que vive alejado de Dios y el terrible castigo que le espera; y, sobre todo, dejad sentir vuestra influencia sobre su corazón para que llore la ingratitud con que mira a Dios, su Padre amoroso, y a Vos, su tierna y cariñosa Madre. Tendedle vuestra mano ¡oh Virgen Purísima! arrancadle del cautiverio del pecado, sacadle de las tinieblas en que yace y conducidle al reino de la luz, de la paz y de la divina gracia.
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PARA OBTENER LA CURACIÓN DE UN ENFERMO
¡Oh María, sin pecado concebida, cuya inmensa bondad y tierna misericordia no excluye el alivio de este amargo fruto de la culpa que se llama enfermedad de la cual es con frecuencia víctima nuestro miserable cuerpo! ¡Oh Madre piadosa, a quien la Iglesia llama confiada ¡Salud de los enfermos! Aquí me tenéis implorando vuestro favor. Lo que tantos afligidos obtenían por la palabra de vuestro Hijo Jesús, obténgalo este querido enfermo, que os recomiendo, mediante la aplicación de vuestra Medalla. Que su eficacia, tantas veces probada y reconocida en todo el mundo, se manifieste una vez más: para que cuantos seamos testigos de este nuevo favor vuestro, podamos exclamar agradecidos: La Medalla Milagrosa le ha curado.
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PARA DAR GRACIAS POR UN FAVOR RECIBIDO
¡Oh dulce y gloriosísima Virgen María! He dirigido mis humildes súplicas a vuestro trono, y he conocido por experiencia que nunca se os invoca en vano; que vuestros ojos miran complacidos a quien en vuestra presencia se postra; que vuestros oídos están atentos a nuestras plegarias; que vuestras manos vierten bendiciones a torrentes sobre el mundo entero, y en particular sobre los que llevan con confianza la Medalla Milagrosa. ¿Cómo pagaros, Madre Inmaculada, tanto favor? De ningún modo mejor que proclamando vuestra bondad y difundiendo por todas partes vuestra bendita Medalla, como me propongo hacerlo desde este día en testimonio de mi agradecimiento y de mi amor. Dadme gracia, Madre mía, para llevarlo a cabo.
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ORACIÓN DE JUAN PABLO II
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte Amén.
Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Vos. Ésta es la oración que tú inspiraste, oh María, a santa Catalina Labouré, y esta invocación, grabada en la medalla la llevan y pronuncian ahora muchos fieles por el mundo entero. ¡Bendita tú entre todas las mujeres! ¡Bienaventurada tú que has creído! ¡El Poderoso ha hecho maravillas en ti! ¡La maravilla de tu maternidad divina! Y con vistas a ésta, ¡la maravilla de tu Inmaculada Concepción! ¡La maravilla de tu fiat! ¡Has sido asociada tan íntimamente a toda la obra de nuestra redención, has sido asociada a la cruz de nuestro Salvador!
Tu corazón fue traspasado junto con su Corazón. Y ahora, en la gloria de tu Hijo, no cesas de interceder por nosotros, pobres pecadores. Velas sobre la Iglesia de la que eres Madre. Velas sobre cada uno de tus hijos. Obtienes de Dios para nosotros todas esas gracias que simbolizan los rayos de luz que irradian de tus manos abiertas. Con la única condición de que nos atrevemos a pedírtelas, de que nos acerquemos a ti con la confianza, osadía y sencillez de un niño. Y precisamente así nos encaminas sin cesar a tu Divino Hijo.
Te consagramos nuestras fuerzas y disponibilidad para estar al servicio del designio de salvación actuado por tu Hijo. Te pedimos que por medio del Espíritu Santo la fe se arraigue y consolide en todo el pueblo cristiano, que la comunión supere todos los gérmenes de división que la esperanza cobre nueva vida en los que están desalentados. Te pedimos por los que padecen pruebas particulares, físicas o morales, por los que están tentados de infidelidad, por los que son zarandeados por la duda de un clima de incredulidad, y también por los que padecen persecución a causa de su fe.
Te confiamos el apostolado de los laicos, el ministerio de los sacerdotes, el testimonio de las religiosas.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
20 nov 2011
NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO ( ULTIMO DOMINGO ORDINARIO )
El pastorcillo que fue educado para ser rey... del universo
Para los que afirman que la realeza y los reyes son cosa del pasado, sabrán que todo el mundo quedó sorprendido cuando el Príncipe Felipe de España, anunció su boda con una periodista, reportera y presentadora en Televisión, Letizia, que fue enviada a Irak como reportera durante la invasión estadounidense, y que había hecho un postgrado en México al mismo tiempo que trabajaba en el diario Siglo XXI.
La pareja da una buena impresión, el Príncipe Felipe, apuesto, varonil, elegante, instruido, y ella, muy del siglo actual, despabilada y muy inteligente. Sería una pareja más en el mundo, de no ser porque pasado el tiempo, podrían llegar a convertirse en los reyes de España.
Esto nos introduce en la historia de un pequeño que fue educado para ser rey, siendo hijo de aldeanos, de gente trabajadora. Todo empezó hace muchos siglos, cuando una muchachita simpática, alegre, muy religiosa y ya comprometida con un apuesto joven de su misma aldea, Nazaret, en Israel, llamado José, recibió la inexplicable noticia de que de forma misteriosa tendría un hijo, que sería rey y cuyo reinado duraría por siglos y siglos.
Contra todo lo que pudiera pensarse, ella tuvo su hijo tal como le había sido anunciado. Su esposo la apoyó, se casaron felices y ambos se dedicaron al cuidado de aquella criatura que ante los demás llevaba el apellido y las cualidades del padre. María y José se dedicaron por entero al cuidado de la linda criatura.
El pequeño fue creciendo entre los trabajos y la vida de una obscura aldea. El cuidado de las pocas cabras en el monte cuando era pequeño, la ayuda y el aprendizaje de la carpintería con su padre, y el aprendizaje también de los rudimentos que todo niño de su edad debía saber.
Un capítulo muy importante era el aprendizaje de los salmos, que eran como corridos que eran recitados por su pueblo en todas las ocasiones. Pero más que dar idea que se preparaba para ser rey, el niño más tenía inclinaciones de llegar a ser un monje, pues los salmos calaban hondo en su corazón, y gustaba de grandes momentos para orar con la frente casi en el suelo. Pero no era un retraído, pues irradiaba alegría por todos los poros. Nunca se casó, pero no era un afeminado ni rehusaba la compañía de las mujeres. Nunca tuvo entrenamiento militar como hacía suponer su futura condición y nunca comandó ningún barco de guerra.
En el tiempo, su madre nunca vio por donde su hijo pudiera adquirir la realeza, y los cortesanos y los sirvientes y las mansiones que todo rey debe tener. El príncipe Felipe acaba de estrenar casa para él solo, de 1700 metros cuadrados, su solo dormitorio tiene 110 metros, y un vestidor de 35 metros, lo que permitiría a varias familias vivir comodísimamente. Cuando el Hijo de María cumplió los 30 años y se fue de casa, ella pensó que era el momento esperado. Que su hijo irá en busca de su reinado.
Él comenzó una aventura sin igual, se dedicó a buscar un grupo de seguidores, para recorrer juntos todos los caminos de Israel. Pronto, las gentes lo buscaban con avidez y con ansiedad, porque era un hombre bueno, un hombre sincero, que tenía siempre palabras de acogida para todos, y más lo buscaron, cuando de sus manos salían curaciones prodigiosas para cuantos lo solicitaran e incluso decían que había vuelto a la vida a algunas personas que ya habían dejado este mundo.
Su popularidad era patente pero el trono y la realeza no llegaban. La única vez que su madre lo vio triunfante y rodeado del cariño y la admiración de su pueblo, fue una vez que entró triunfante, por cierto montado en un borrico a la Ciudad de Jerusalén, la Ciudad de David, el gran Rey de Israel, del cual descendía su hijo.
Pero al mismo tiempo que la fama de su hijo corría de boca en boca, a María le llegaban noticias de que su hijo estaba incomodando a mucha gente, gente muy importante, que no estaban de acuerdo con la enseñanza de su hijo, y poco después recibió noticias de que habían decretado hacerlo morir, pues él estaba atentando contra los intereses de su Nación, del Culto de su Pueblo y del mismo Templo de Jerusalén.
Nunca pudieron acusarlo de nada serio, Y de pronto, también supo que a su hijo se lo aprendían, y después de un juicio precipitado y a todas luces injusto, había sido condenado a muerte. Y lo condenaban, porque “Se había declarado Hijo de Dios”.
Afrontado todos los peligros imaginables, María acompañó a su Hijo hasta aquél monte miserable donde él dejó su vida embarrada en lo alto de una cruz, instrumento de tortura y muerte para los peores criminales. Ahí, consolándole con su sola presencia, María vio morir a su Hijo, sin que ella contemplara nunca lo que se le había anunciado: un reino para su Hijo. Y con la muerte de aquél que había tenido en su entraña por nueve meses, al que había educado para ser rey, murió toda esperanza y se convirtió en el gran fracaso, el tremendo fracaso del aldeano que quiso ser rey.
Sin embargo, creo que hemos empleado un verbo totalmente inadecuado para nuestro empeño. Pareció que ahí, en la cruz, moría toda esperanza para aquella mujer, para María y para toda la humanidad de un Rey eterno, Universal y Salvador, de no ser porque el Hijo de María era también el Hijo de Dios, el enviado, el que viniendo ciertamente de María, había descendido del cielo para encabezar a la humanidad hacia la casa del Buen Padre Dios, para formar ahí la gran familia fundada por Cristo a costa de la entrega de su vida.
Y por ser el Hijo de Dios y por haberlo anunciado muchas veces, el Padre le dio el espaldarazo, la firma, una firma que a Cristo le faltaba para ser el Mesías, el Enviado, el Salvador, el REY. Y esa firma era su Resurrección, su vuelta a la vida, para encabezar la marcha de la humanidad por los caminos de la paz, del amor, de la solidaridad y del perdón hasta ser la gran familia de los hijos de Dios.
Tres días después de muerto, Cristo surgió por su propio poder y por el poder del Padre, a la vida, y después de acabar la instrucción de los que habían sido sus amigos y sus confidentes, después de haberles dejado la fuerza de su Espíritu Santo, subió a los cielos de donde había venido, para sentarse a la diestra del Padre, y recibir de él la corona de la gloria, una corona que los hombres le negaron y un cetro que los hombres le habían arrebatado inmisericordemente.
Los hombres le habían regalado una cruz, y el Padre le daba el lugar principal en su casa. Los hombres habían abierto su costado para robarle las últimas gotas de sangre y de agua de su corazón y el Padre le concedía que su corazón siguiera latiendo para siempre, intercediendo por todos aquellos por los que había sido enviado al mundo.
Y María, que había sido la madre buena que nunca se quejó de que Dios no le hubiera concedido a su Hijo el trono que le había anunciado, tuvo la dicha de encontrárselo ya resucitado y glorioso, primero en esta tierra, y después en la Gloria, a la que ella misma fue llamada, pues siempre guardó en su corazón las cosas que no entendía de su Hijo y nunca reclamó la supuesta ingratitud del Padre cuando vio que a su Hijo se lo mataban en lo alto de la montaña.
Esta historia tan larga no concluye, pues nosotros, los que ya hemos sido bautizados, sin mérito propio, estamos ya dentro del Reino fundado por Cristo y si somos capaces de tener los mismos sentimientos que él, si nuestra actitud es la misma que la de Cristo, si sabemos amar a los demás como él nos amó, también estaremos llamados a vivir para siempre con él y con María, esa madre buenaza que anima y alienta para que juntos ahora como una sola familia, podamos después descansar en los brazos amorosos del Buen Padre Dios.
Cristo Rey de todos los siglos, déjanos trabajar en tu Reino y luego llámanos a descansar contigo.
LITURGIA DE LA PALABRA
Señor: Sé que puedo hablarte, que puedo confiarte cosas grandes y pequeñas porque Tu eres mi Señor. Quiero pedirte hoy algo muy especial.
Quiero poner en tus manos a la persona de la que algún día estaré enamorad@, con quien compartiré mi vida entera. Te pido que l@ bendigas, l@ cuides y l@ ayudes.
Donde quiera que ande, bendice su camino, conserva su ánimo.
Guía sus pasos, fortalece su corazón, muéstrale tu misericordia...
No permitas que nada dañe su capacidad de amar. Aunque quizá no conozco a esta persona todavía, llénal@ de alegría, hazl@ generos@ y a mí ayúdame a ser mejor, hazme digna de estar a su lado.
Señor, que cuando vivamos juntos, seamos un verdadero Matrimonio, que podamos ser esposos en Tu nombre......
Donde quiera que se encuentre, bendícel@ y llénal@ de amor, y finalmente te pido que me ayudes a encontrarl@.
Así sea...
Con la solemnidad de Cristo Rey del universo, que celebramos este domingo, finaliza el Año Litúrgico. Si nos remontamos a principios del siglo XX, cuando fue instituida esta fiesta, es probable que los reyes, monarcas, príncipes, súbditos, etcétera, como así también sus reinos y principados, conservaran aún cierta vigencia social y política. En cambio, hoy, en pleno siglo XXI, parecería anacrónico y anticuado continuar adhiriendo y celebrando a un Rey. Sobre todo, si ese rey posee un reino y una manera muy particular de reinar, y su realeza es muy diferente de la que, históricamente, la humanidad ha concebido y desarrollado.
Con el objeto de continuar reflexionando acerca de esta celebración y sus efectos en nuestra vida personal y grupal, los invito a meditar el siguiente texto, titulado: “¿Cristo Rey en tiempos de democracia?”.
Puede sonar anacrónico para los que vivimos en esta parte del planeta, esto de que la Iglesia siga celebrando la fiesta de Cristo Rey, en tiempos de democracia (…).
Sin embargo, cada noviembre, al finalizar el año litúrgico, los católicos ponemos nuestra mirada en Cristo como nuestro rey. Por eso, son buenas unas líneas para ubicar, en las coordenadas de la actualidad, esta festividad que tanto significa en nuestras vidas.
La fiesta de Cristo rey fue proclamada en tiempos muy particulares, a principio del siglo pasado, con la idea de “procurar la restauración del Reino de Cristo” (1) para restablecer y vigorizar la paz en un mundo fracturado por la guerra. Han pasado muchos años, y la “paz” sigue siendo un anhelo que se balancea sobre los vientos del odio, los extremismos, la soberbia del poder, la falta del sentido de la vida, la depresión y la angustia en muchos pueblos y corazones humanos.
Es que el vivir “como si Dios no existiera”, ha llevado a la humanidad a este estado de desconsuelo y alerta, que aleja a los hombres de la felicidad que tanto nos empeñamos en buscar. Ayer como hoy, continúa vigente la invitación de recuperar y anunciar el Reino de Cristo a los hombres y mujeres que caminan a nuestro lado, para lo cual, es esencial que cada uno de nosotros nos animemos a vivir ese “reinado” en nuestra propia vida diaria.
Eso sí, este Reino no tiene paralelismo alguno con los reinados históricos que conocimos por los libros y manuales, o a los que nos asomamos hoy por las revistas de moda, la televisión satelital o Internet. Es un reino distinto desde su concepción misma, radicalmente distinto (Daniel 7, 14)... No es piramidal, donde el Rey está a la punta, sino que es Cristocéntrico; él que es Rey es el corazón mismo de este reinado y, desde su centro, alimenta, anima y guía, no a súbditos, sino a amigos (Juan 14, 15, 12-17.); es un reinado que no tiene fronteras, ni diferencias de lenguaje o de razas, porque alcanza a todo aquel que abre su corazón a la novedad del evangelio, es un reinado que promueve como leyes el Amor, la Justicia, la Bondad, la Libertad, la Solidaridad.
Es un Reino donde los bienaventurados son los pacíficos, los humildes, los puros, los justos, los de corazón recto; los que sufren, los que perseveran. Un Reino que nació en un pesebre, hizo camino acercándose al pueblo más pobre, más necesitado y olvidado. Un Reino cuyo escándalo es el amor; que perdona, que reinicia el camino, que tiende puentes, que consuela, que va en busca del que tiene necesidad de sentirse amado.
Es un Reino que se construye en la oficina, en el hogar, en el barrio, en la escuela o la fábrica, en la comunidad parroquial, en el grupo, en la patria; que se expande cuando en la normalidad del día, la Palabra del rey, que es Cristo, se encuentra con la vida.
Nuestro rey es un rey al que sabemos Hermano, porque él nos ha hecho hijos de un mismo Padre animados por la fuerza maravillosa de su Espíritu de Amor.
Por eso celebramos cada Cristo Rey, sin anacronismos, descubriendo una realidad mucho más profunda que la de una organización sociopolítica. Celebramos, en medio de las realidades a veces complejas y angustiantes del mundo de hoy, a Cristo, como principio y fin de la creación, como Amigo fiel que camina a nuestro lado, como Aquel que nos invitó, sin imposición, a esta vocación peculiar de seguirlo en la normalidad de nuestra vida cotidiana.
Cada Cristo Rey, queremos decir "¡Nosotros somos Cristo!", como san Agustín; porque lo seguimos como discípulos, porque queremos testimoniarlo, porque anhelamos llegar a él, aun sonando a contracorriente de lo que grita el mundo, pero descubriendo, en ese grito, las necesidades y esperanzas del mundo de hoy.
El Reino de Cristo no es de este mundo (cf. Jn 18, 36); pero paradójicamente es para este mundo, que, desorientado, busca una respuesta superadora a toda ideología. Debemos, entonces, poner en marcha o acentuar esta “revolución”, porque no es fruto de conquistas bélicas, de dominaciones políticas, de imperios económicos, de hegemonías culturales, de manejo de la comunicación, de imposición extremista; es fruto del seguimiento de Cristo, en la decisión de transformar la historia y construir, aquí y ahora, en nuestra propia realidad, en este contexto social de nuestra nación, una sociedad mejor a través de la obra de cada día y de la profecía de la esperanza cristiana en Aquel "que es y era y viene, el Omnipotente" (Apoc 1, 4) y que hace nueva todas las cosas siempre.
Por eso vale la pena celebrar, cada año, Cristo Rey.
Para la reflexión personal y grupal:
-¿Qué sensaciones y recuerdos nos evoca el término “rey”? ¿Nos traslada a cuentos, películas, historias, etc., que hemos escuchado durante la niñez? Citemos ejemplos…
-¿Qué reyes de la historia hemos conocido, a medida que fuimos creciendo? ¿Cómo eran estos reyes? ¿Cuáles sus modos y formas de reinar?
-¿Qué diferencias encontramos entre esos reyes y la manera de reinar que propone Jesús? ¿Cuáles son las características del Reino de Jesús?
-¿Consideramos “anticuado” y “pasado de moda” el hecho de que, como cristianos, continuemos celebrando la festividad de Cristo Rey?
-¿Creemos que, aún hoy, “reinan”, en nuestro mundo, otros tipos de “reyes” y “poderosos” como, por ejemplo, el dinero, el materialismo, la violencia, etc.? ¿Y, en nuestra vida íntima y personal, quien/nes reinan?
-¿De qué manera se puede convertir en realidad la invitación del texto, de construir el Reino en la oficina, en el hogar, en el colegio; en todos los ámbitos donde nos movemos?
-¿Qué significado, valor, trascendencia adquiere esta solemnidad en nuestra parroquia, comunidad, institución, grupo? ¿Y en lo personal?
-¿Podemos proponernos alguna iniciativa personal y/o comunitaria a partir de lo reflexionado?
Para profundizar nuestra reflexión:
Testigos de la verdad
Solemnidad de Cristo Rey (B) Juan 18, 33 - 37
El juicio tiene lugar en el palacio donde reside el prefecto romano cuando viene a Jerusalén. Acaba de amanecer. Pilato ocupa la sede desde la que dicta sus sentencias. Jesús comparece maniatado como un delincuente. Allí están frente a frente: el representante del imperio más poderoso y el profeta del reino de Dios.
A Pilato le resulta increíble que aquel hombre intente desafiar a Roma: «¿Con que tú eres rey?». Jesús es muy claro: «Mi reino no es de este mundo». No pertenece a ningún sistema injusto de este mundo. No pretende ocupar ningún trono. No busca poder ni dinero.
Pero no le oculta la verdad: «Soy Rey». Ha venido a este mundo a introducir verdad. Si su reino fuera de este mundo, tendría «guardias» que lucharían por él con armas. Pero sus seguidores no son «legionarios», sino «discípulos» que escuchan su mensaje y se dedican a poner verdad, justicia y amor en el mundo.
El reino de Jesús no es el de Pilato. El prefecto vive para extraer las riquezas y cosechas de los pueblos y conducirlas a Roma. Jesús vive «para ser testigo de la verdad». Su vida es todo un desafío: «todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Pilato no es de la verdad. No escucha la voz de Jesús. Dentro de unas horas, intentará apagarla para siempre.
El seguidor de Jesús no es «guardián» de la verdad, sino «testigo». No ha venido tras las huellas de Jesús para ser legionario, sino discípulo. Su quehacer no es disputar, combatir y derrotar a los adversarios, sino vivir la verdad del evangelio y comunicar la experiencia de Jesús que está cambiando su vida.
El cristiano tampoco es «propietario» de la verdad, sino testigo. No impone su doctrina, no controla la fe de los demás, no pretende tener razón en todo. Vive convirtiéndose a Jesús, contagia la atracción que siente por él, ayuda a mirar hacia el evangelio, pone en todas partes la verdad de Jesús. La Iglesia atraerá a la gente cuando vean que nuestro rostro se parece al de Jesús, y que nuestra vida recuerda a la suya.
Para rezar:
Cristo Jesús,
te reconocemos como Rey del universo,
renovamos ante ti las promesas del Bautismo.
Deseamos vivir como buenos cristianos,
anhelando ser santos en medio de nuestras obligaciones diarias.
Nos comprometemos especialmente,
a anunciar la buena nueva del Evangelio
a todos los hombres y mujeres con quienes compartimos el camino de la vida.
Divino Corazón de Jesús,
en tus manos ponemos nuestros esfuerzos
para que todos los corazones reconozcan tu realeza
y se establezca tu reino de paz en todo el mundo.
Amén.
Cristo Rey del Universo
La fiesta de Cristo Rey fue instituida en 1925 por el papa Pío XI, que la fijó en el domingo anterior a la solemnidad de todos los santos. La Iglesia, ciertamente, no había esperado dicha fecha para celebrar el soberano señorío de Cristo: Epifanía, Pascua, Ascensión, son también fiestas de Cristo Rey. Si Pío XI estableció esa fiesta, fue como él mismo dijo explícitamente en la encíclica Quas primas, con una finalidad de pedagogía espiritual. Ante los avances del ateísmo y de la secularización de la sociedad quería afirmar la soberana autoridad de Cristo sobre los hombres y las instituciones. Ciertos textos del oficio dejan entrever un último sueño de cristiandad.
En 1970 se quiso destacar más el carácter cósmico y escatológico del reinado de Cristo. La fiesta se convirtió en la de Cristo "Rey del Universo" y se fijó en el último domingo per annum. Con ella apunta ya el tiempo de adviento en la perspectiva de la venida gloriosa del Señor.
La transformación de la segunda parte de la colecta revela claramente el cambio introducido en el tema de la fiesta. La oración de 1925 pedía a Dios "que todos los pueblos disgregados por la herida del pecado, se sometan al suavísimo imperio" del reino de Cristo. El texto modificado pide a Dios "que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin".
Cristo, piedra angular.
El año litúrgico llega a su fin. Desde que lo comenzamos, hemos ido recorriendo el círculo que describe la celebración de los diversos misterios que componen el único misterio de Cristo: desde el anuncio de su venida (Adviento), hasta su muerte y resurrección (Ciclo Pascual), pasando por su nacimiento (Navidad), presentación al mundo (Epifanía) y la cadencia semanal del domingo. Con cada uno de ellos, hemos ido construyendo un arco, al que hoy ponemos la piedra angular. Este es el sentido profundo de la solemnidad de Cristo – Rey del Universo, es decir, de Cristo – Glorioso que es el centro de la creación, de la historia y del mundo. “Todos perciben en sus almas una alegría inmensa, al considerar la santa Humanidad de Nuestro Señor: un Rey con corazón de carne, como el nuestro; que es autor del universo y de cada una de las criaturas, y que no se impone dominando: mendiga un poco de amor, mostrándonos, en silencio, sus manos llagadas”. (San Josemaría Escrivá de Balaguer)
Pío XI, al establecer esta fiesta, quiso centrar la atención de todos en la imagen de Cristo, Rey divino, tal como la representaba la primitiva Iglesia, sentado a la derecha del Padre en el ábside de las basílicas cristianas, aparece rodeado de gloria y majestad. La cruz nos indica que de ella arranca la grandeza imponente de Jesucristo, Rey de vivos y de muertos. (P. Morales, I. L.)
La Iglesia anuncia hoy alborozada que “el Cordero degollado”, al entregar su vida “en el altar de la Cruz”, reconquistó con su sangre preciosa toda la creación y se la entregó a su Padre, aunque sólo al final de los tiempos esa “entrega” será plena y definitiva. Al anunciar y celebrar hoy el triunfo de Cristo, nos llenamos de alegría y esperanza, sabiendo que Él nos llevará a su reino eterno, si ahora damos de comer al hambriento, y de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y enterrar a los muertos (Evangelio.)
“Yo soy Rey”
Esta fue la respuesta rotunda de Jesús a Pilato. Aunque la respuesta completa fue ésta: “Pero mi reino no es de aquí”.
Pero si el reino de Jesucristo no es de este mundo, se inicia y realiza germinalmente ya en este mundo. Es verdad que sólo al final de los tiempos y tras el juicio final alcanzará su plenitud definitiva, pues sólo entonces triunfará definitivamente del demonio, el pecado, el dolor y la muerte.
Pero ya ahora, “el reino instaurado por Jesucristo actúa como fermento y signo de salvación para construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario, inspirado en los valores evangélicos de la esperanza y de la bienaventuranza, a la que todos estamos llamados” (JUAN PABLO II.) Los santos –únicos que se han tomado en serio su reinado- han sido grandes sembradores de comprensión, justicia, amor y la paz siempre y en todas partes. ¡Pobre tierra esta nuestra sin su acción y la de los demás seguidores de Jesús!. A pesar de sus debilidades y pecados.
“Jesucristo es Rey que hace reyes a sus seguidores coronándolos en el cielo.” (San Buenaventura)
La historia de los mártires de Cristo Rey se ha reproducido siempre que el amor de Dios se apodera de un alma
Oposición al Señor.
¿Por qué, entonces, tantos se oponen al reino de Jesucristo? Porque es evidente que son muchos los políticos, escritores, artistas, creadores de opinión, detentadores del dinero y del poder, gente de a pie, que gritan –con el más cruel y eficaz de los lenguajes: el de las obras- “¡No queremos que Él reine sobre nosotros!”. Ese es el grito que se esconde tras tantos diseños de la familia, de la educación, de la moda, de la cultura, de la sociedad actual (cf. San JOSEMARIA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n. 179). Cierto que es un grito que no pocas veces es un eco del “no saben lo que hacen”. Pero no por eso menos real y doloroso.
Nosotros hemos de empeñarnos en lo contrario. Dejarle reinar en nuestra inteligencia, en nuestra voluntad, corazón, cuerpo, familia. Y hacer que reine en nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo y gente que se cruce en nuestro caminar. (José Antonio Abad, Comentarios Litúrgicos, Rev. Palabra)
Cristo
Viene de la traducción griega del término hebreo “Mesías” que quiere decir “ungido”. No pasa a ser nombre propio de Jesús sino porque Él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido de Él. Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey. (C.I.C 436)
Como Hijo de Dios, le correspondía por naturaleza un absoluto dominio sobre todas las cosas salidas de sus manos creadoras. “Todas han sido creadas por y en Él. En el cielo y en la tierra, todas las cosas subsisten por Él, las visibles y las invisibles”. Pero además es Rey nuestro por derecho de conquista. Él nos rescató del pecado, de la muerte eterna.
Cristo reina ya mediante la Iglesia
“Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos” (Rm 14,9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos, y en la tierra. Él está “por encima de todo principado, Potestad, Virtud, Dominación” porque el Padre “bajo sus pies sometió todas las cosas”. (Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf Ef 4, 10; 1 Co 15, 24.27-28) y de la historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1,10), su cumplimiento trascendente. (C.I.C 668)
Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (cf Ef 4, 11-13). C.I.C 669
Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. “Adquirió” este derecho por la Cruz.
Profundicemos llenos de agradecimiento, como aquellos colosenses a quienes Pablo dirige su carta, en el misterio de amor que es para nosotros Cristo Rey redimiéndonos: “Demos gracias a Dios Padre, que nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo dignos de la herencia de los santos en la luz, introduciéndonos en el Reino del Hijo de su amor, en el cual tenemos redención por su sangre, perdón de los pecados”. (Col. 1. 12)
Él se ofreció en la cruz, como hostia inmaculada pacífica para que todos los hombres se sujetasen a su dominio. Y así poder entregar al Padre ese Reino eterno y universal formado con las almas que con Él y en Él se salvan siempre. Reino de verdad y de vida, Reino de Santidad y gracia, Reino de justicia, amor y paz.
“El Señor me ha empujado a repetir, desde hace mucho tiempo, un grito callado: serviré. Que El nos aumente esos afanes de entrega, de fidelidad, a su divina llamada –con naturalidad, sin aparato, sin ruido-, en medio de la calle. Démosle gracias desde el fondo del corazón. Dirijámosle una oración de súbditos, ¡de hijos!, y la lengua y el paladar se nos llenaran de leche y de miel, nos sabrá a panal tratar del reino de Dios, que es un Reino de libertad, de la libertad que El nos ganó”.
13 nov 2011
SAN DIEGO DE ALCALA ( 13 DE NOVIEMBRE )
Nació en San Nicolás del Puerto (Andalucía). Ingresado en la Orden de Frailes Menores, residió en los Conventos de Arrizafa, Sevilla, Canarias, Sanlúcar de Barrameda, Ara Coeli de Roma y Alcalá de Henares, donde falleció en 1463. Fue canonizado por Sixto V en 1588. Se había incoado el proceso a instancias de Felipe II, cuyo hijo Carlos fue curado instantáneamente en gravísimo trance, por invocación del Santo. — Fiesta: 13 de noviembre. Misa propia.
Una vez más cumplióse exuberantemente la promesa del divino Maestro sobre la exaltación de los humildes. La Bula de canonización se complace en hacerlo resaltar, recordando cuán ensalzado ha sido ese lego español, que quiso anonadarse en toda suerte de humillaciones.
Sus padres, de modesta y cristianísima condición, le impusieron el nombre de Diego, sinónimo de Tiago o Santiago, con los que conocemos al que fue Apóstol de España. Desde muy joven dio muestras de su futura santidad, entregándose a largas oraciones y acerbas penitencias. No queriendo otra ciencia que la preconizada por San Pablo: Jesucristo crucificado. Fue después de haber alcanzado grandes progresos en todas las virtudes, cuando solicitó el hábito del Poverello en Arrizafa (Córdoba), uno de los conventos de España restituidos a la primitiva y rigurosa observancia franciscana, hacia 1409, por Fray Pedro Santoyo. Había pasado Diego varios años de su vida alternando los ejercicios ascéticos con las tareas de artesano.
Nadie le sobrepasó en la mortificación, en la obediencia, en la pobreza, en la caridad; nadie, sobre todo, en la intensidad de la oración, en la cual a menudo los éxtasis le transportaban a un profundo conocimiento de las verdades de la fe, que dejaba estupefactos a los teólogos que acudían a interrogarle. Los raptos le elevaban principalmente ante el Crucifijo ,y ante el Sagrario.
Puede contársele también entre los grandes devotos de María. Detalle curioso: de su lámpara solía sacar las gotas de aceite con que curaba a numerosos enfermos, atribuyendo así los milagros a la Santísima Virgen. A medida que avanzó en edad, esos milagros fueron creciendo en número; y en los últimos años de su vida fueron cosa diaria.
Fray Diego estaba repleto de caridad para con los pobres, los pecadores y todos cuantos acudían a él. Fue designado Portero del convento, lo cual le daba continuas ocasiones de repartir comida, de aconsejar a los desorientados, de confortar a los afligidos. Con respecto a los socorros materiales, algunos frailes le reprocharon a veces su prodigalidad. Respondía humildemente: «No teman, Dios no puede dejar de bendecir esta clase de abusos, lejos de arruinar a la comunidad, esas limosnas atraerán hacia ella las gracias del Cielo, pues el bien hecho a los pobres es caridad hecha a Jesucristo».
De sus tiempos de Arrizafa es el hecho de haber salvado a un niño que imprudentemente se había metido y dormido en un horno, el cual fue encendido mientras tanto, sin que nadie se diera cuenta de la inevitable desgracia. Aconteció el día que el Santo fue a Sevilla. Cuando la madre del muchacho, la panadera dueña del horno, que era una pobre viuda, advirtió la tragedia por los gritos y chillidos desesperados que desde el fondo el niño daba, salió a la calle pidiendo socorro. Fray Diego le dijo en el acto: «Vete a la iglesia, de prisa, arrodíllate ante el altar de la Virgen y reza con fervor». Y mientras ella obedecía, él, acompañado de otro religioso y de un numeroso grupo de personas, se postró ante el horno, dirigió al Cielo una brevísima plegaria, y después, levantándose, dijo: «Niño, yo te lo ordeno: en nombre de Jesucristo Crucificado, sal enseguida». El pequeño avanzó decidido y sin miedo sobre los tizones ardientes y a través de las llamas, y apareció ante todos, fuera del horno, sin la menor quemadura. Los presentes aclamaron al Santo; y éste, atribuyendo el milagro a la Virgen, condujo al niño ante el altar donde todavía la madre estaba rezando.
Durante cuatro años desempeñó el cargo de Guardián en las Islas Canarias; en el convento de Fuerteventura. Habían sido descubiertas las islas en 1402 por Juan de Béthencourt e inicialmente evangelizadas por franciscanos. Muy pronto prosiguieron la tarea los frailes Menores de la Observancia, fundando, en 1422, en Fuerteventura su primer convento, de aquellos parajes. A la muerte del primer Guardián y «Vicario de la Misión de Canarias», todos los ojos recayeron en Fray Diego, que fue elegido sucesor y tuvo que trasladarse allí. Los dirigentes de la Orden se habían saltado la norma legal de no conferir ningún cargo de gobierno a un Hermano lego. Dijéronse: «La ciencia infusa suplirá lo que falta a la ciencia adquirida». En efecto, el nuevo Guardián nada dejó que desear. Fue la Regla viviente del convento. Lleno de celo por la salvación de las almas, comunicó a todos sus hermanos la generosidad y el ardor apostólico de su corazón, al cual alentaba en todo instante la esperanza de sufrir el martirio por Jesucristo en medio de aquellos indígenas entregados casi unánimemente a la idolatría. Embarcó para la Gran Canaria, con el fin de llevar allí, antes que otro misionero, la luz del Evangelio. Pero una tormenta le obligó a retroceder a Fuerteventura, donde, al poco tiempo, recibió la orden de regresar a España, yendo a Sanlúcar de Barrameda.
En 1450 celebróse en Roma el Año Jubilar y la canonización de San Bernardino de Siena. Millares de Frailes Menores se trasladaron a la Ciudad Eterna, entre ellos nuestro Santo. Es cosa imposible explicar sus fervores y la piedad con que visitó las Basílicas e iglesias. Más imposible, si cabe, describir el heroísmo con que ejerció la caridad. Gran número de religiosos venidos a Roma cayeron enfermos, víctimas de una epidemia que azotó la ciudad, y el amplio convento de Ara Coeli fue convertido en enfermería. Conocedor el Guardián del convento de las aptitudes y virtudes de Fray Diego, le confió la dirección del improvisado hospital, donde durante tres meses desplegó su celo infatigable, curando a los apestados, socorriendo a los hambrientos que allí acudían y realizando actos de admirable abnegación, al par que obrando milagros.
Encontramos al Santo otra vez en Sevilla y poco más tarde en Alcalá de Henares, donde pasa el resto de su vida, más de diez años, aureolado como siempre de fulgencias taumatúrgicas. Tendría algo más de sesenta, cuando murió besando ardientemente el Crucifijo de madera que había llevado siempre consigo. Al expirar pronunció las palabras Dulce lignum, dulces clavos, dulcia ferens pondera («Dulce madero, que sostienes tan dulces clavos y tan dulce peso»), del himno litúrgico a la Cruz, que concluyó en el Cielo.
Fiesta: 13 de noviembre.
Canonización: Sixto V, 2 de julio de 1588
Nacimiento: San Nicolás del Puerto (Sevilla, España), 1400
Muerte: Alcalá de Henares (Madrid, España), 12 de noviembre de 1463
Orden: Franciscanos Menores de la Observancia
Patrón de los religiosos franciscanos no sacerdotes
Vida de San Diego de Alcalá, OFM Obs.
Fray Diego de Alcalá fue de los que dieron nuevo esplendor a la figura de los humildes y sencillos hermanos legos, que en los orígenes de la orden fueron el gozo y la gloria de san Francisco de Asís.
Nació en San Nicolás del Puerto (Sevilla), el año 1400, en el seno de una familia humilde. Sus padres le llamaron Diego por devoción al apóstol Santiago, patrón de España (Didacus = Iacobus). Por las antiguas hagiografías, mezcla de datos biográficos y sermones morales y panegíricos, sabemos que Diego, desde muy joven, llevó vida eremítica y penitencial junto a la iglesia de su pueblo natal, combinando la oración con la labranza de un huerto y la confección de pequeños utensilios de uso doméstico. De ese modo se ganaba la vida y podía ayudar a los pobres. Bajo la dirección de un viejo ermitaño, hizo progresos en la vida ascética, adquiriendo fama de santidad en toda la comarca.
Tenía 30 años cuando, habiendo oído hablar de la pobreza y austeridad en que vivían los franciscanos de la observancia, ingresó en el convento de la Arrizafa, en la sierra de Córdoba. Siendo analfabeto, profesó como hermano lego y desempeñó oficios humildes, como el de portero y hortelano, en varios lugares de la custodia de Sierra Morena.
En 1441 fue destinado a Canarias, y cinco años después aceptó el cargo de guardián del convento de Fuerteventura. Allí se dedicó a evangelizar a los nativos, defendiéndolos de la rapacidad de los conquistadores españoles. Esto le supuso no pocos inconvenientes, de modo que se vio obligado a regresar a la Península en 1449.
En 1450 viajó a Roma con fray Alfonso de Castro, paga ganar el jubileo y asistir a la canonización de san Bernardino de Siena. Debido a la falta de condiciones higiénicas y a la escasez de recursos, una mortífera epidemia de peste azotó la ciudad ese año, y postró en cama a la mayoría de los frailes del convento de Araceli, donde ambos se hospedaban. Heroico fue el comportamiento de Diego, que se desvivió en cuidados con ellos y con los pobres y enfermos de la ciudad, procurándoles alimentos y aliviando el sufrimiento de muchos al contacto de sus manos untadas de aceite de la lámpara de la Virgen.
De vuelta en España vivió en las casas observantes de Sevilla y la Salceda, antes de llegar a su destino final, el convento de Santa María de Jesús, de Alcalá de Henares. Dicho convento lo acaba de fundar don Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, quien quiso poblarlo de religiosos que destacaran en santidad y sabiduría, con la finalidad de corregir los errores y costumbres no cristianas introducidas entre los fieles por el trato con los judíos. Fray Diego ejerció primero el oficio de hortelano, en un recinto conocido luego como "huerto de san Diego", hasta que, en razón de su edad, y por parecerles más útil para la edificación del pueblo, los superiores lo colocaron de portero en el convento. Fue aquí donde mejor se manifestaron sus dotes de paciencia, afabilidad, prudencia y caridad, que practicó con todos los bienhechores y necesitados que acudían a la portería. Se cuenta que el guardián de la casa, después de recibir quejas de un religioso acerca de la generosidad de Diego, lo sorprendió con un gran bulto en la falda del hábito, y al interesarse por su contenido, en vez de panes sólo pudo ver flores. Esta escena es la que más se repite en su iconografía. Su espíritu de oración y la sabiduría que el Espíritu infundió en él atraía a los cultos y letrados de la universidad complutense. Su devoción se movía entre dos polos: la Virgen María y Cristo eucaristía.
Fray Diego murió en Alcalá el 12 de noviembre de 1463, abrazando un crucifijo y recitando: "Dulce leño, dulces clavos..." Tenía 63 años. Sus reliquias se veneran en la iglesia catedral de la ciudad. La gran fama de su santidad, y los muchos milagros atribuidos a él antes y después de su muerte, hicieron que la apertura del proceso de canonización no se hiciera esperar. El mayor impulso lo dio el rey Felipe II, en agradecimiento por la curación de su hijo Don Carlos. La protección de San Diego sobre la salud de los reyes españoles se mantuvo hasta época reciente. Fue canonizado por el papa franciscano conventual Sixto V, el 2 de julio de 1588.
Fue un santo muy popular. Santa Teresa lo recuerda como ejemplo de servicio. Muchos conventos, iglesias y capillas, e incluso una ciudad de California, están dedicadas a su nombre. Los más grandes artistas se ocuparon de él. Lope de Vega le dedicó el soneto: "La verde yedra al tronco asida", y el drama "San Diego de Alcalá", para ser representado en Alcalá en las celebraciones del 12 de noviembre de 1613. Zurbarán, Ribera, Murillo, Gregorio Fernández, Alonso Cano y Pedro de Mena son los que nos han dejado sus mejores retratos.
En la iconografía suele estar representado con sayal buriel entallado en el cordel franciscano, y un manojo de llaves en la cintura. También elevado del suelo delante de un Crucifijo, en presencia del ministro general de la orden, o en el milagro del pan convertido en flores.
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