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10 may 2010
SAN ISIDRO LABRADOR (15 DE MAYO)
San Isidro bendito: ruega por nuestros campos y por nuestros agricultores.
Es el patrono de los agricultores del mundo. Le pusieron ese nombre en honor de San Isidoro, un santo muy apreciado en España.
Sus padres eran unos campesinos sumamente pobres que ni siquiera pudieron enviar a su hijo a la escuela. Pero en casa le enseñaron a tener temor a ofender a Dios y gran amor de caridad hacia el prójimo y un enorme aprecio por la oración y por la Santa Misa y la Comunión.
Huérfano y solo en el mundo cuando llegó a la edad de diez años Isidro se empleó como peón de campo, ayudando en la agricultura a Don Juan de Vargas un dueño de una finca, cerca de Madrid. Allí pasó muchos años de su existencia labrando las tierras, cultivando y cosechando.
Se casó con una sencilla campesina que también llegó a ser santa y ahora se llama Santa María de la Cabeza (no porque ese fuera su apellido, sino porque su cabeza es sacada en procesión en rogativas, cuando pasan muchos meses sin llover).
Isidro se levantaba muy de madrugada y nunca empezaba su día de trabajo sin haber asistido antes a la Santa Misa. Varios de sus compañeros muy envidiosos lo acusaron ante el patrón por "ausentismo" y abandono del trabajo. El señor Vargas se fue a observar el campo y notó que sí era cierto que Isidro llegaba una hora más tarde que los otros (en aquel tiempo se trabajaba de seis de la mañana a seis de la tarde) pero que mientras Isidro oía misa, un personaje invisible (quizá un ángel) le guaba sus bueyes y estos araban juiciosamente como si el propio campesino los estuviera dirigiendo.
Los mahometanos se apoderaron de Madrid y de sus alrededores y los buenos católicos tuvieron que salir huyendo. Isidro fue uno de los inmigrantes y sufrió por un buen tiempo lo que es irse a vivir donde nadie lo conoce a uno y donde es muy difícil conseguir empleo y confianza de las gentes. Pero sabía aquello que Dios ha prometido varias veces en la Biblia: "Yo nunca te abandonaré", y confió en Dios y fue ayudado por Dios.
Lo que ganaba como jornalero, Isidro lo distribuía en tres partes: una para el templo, otra para los pobres y otra para su familia (él, su esposa y su hijito). Y hasta para las avecillas tenía sus apartados. En pleno invierno cuando el suelo se cubría de nieve, Isidro esparcía granos de trigo por el camino para que las avecillas tuvieran con que alimentarse. Un día lo invitaron a un gran almuerzo. El se llevó a varios mendigos a que almorzaran también. El invitador le dijo disgustado que solamente le podía dar almuerzo a él y no para los otros. Isidro repartió su almuerzo entre los mendigos y alcanzó para todos y sobró.
Los domingos los distribuía así: un buen rato en el templo rezando, asistiendo a misa y escuchando la Palabra de Dios. Otro buen rato visitando pobres y enfermos y por la tarde saliendo a pasear por los campos con su esposa y su hijito. Pero un día mientras ellos corrían por el campo, dejaron al niñito junto a un profundo pozo de sacar agua y en un movimiento brusco del chiquitín, la canasta donde estaba dio vuelta y cayó dentro del hoyo. Alcanzaron a ver esto los dos esposos y corrieron junto al pozo, pero este era muy profundo y no había cómo rescatar al hijo. Entonces se arrodillaron a rezar con toda fe y las aguas de aquel aljibe fueron subiendo y apareció la canasta con el niño y a este no le había sucedido ningún mal. No se cansaron nunca de dar gracias a Dios por tan admirable prodigio.
Volvió después a Madrid y se alquiló como obrero en una finca, pero los otros peones, llenos de envidia lo acusaron ante el dueño de que trabajaba menos que los demás por dedicarse a rezar y a ir al templo. El dueño le puso entonces como tarea a cada obrero cultivar una parcela de tierra. Y la de Isidro produjo el doble que las de los demás, porque Nuestro Señor le recompensaba su piedad y su generosidad.
En el año 1130 sintiendo que se iba a morir hizo humilde confesión de sus pecados y recomendando a sus familiares y amigos que tuvieran mucho amor a Dios y mucha caridad con el prójimo, murió santamente. A los 43 años de haber sido sepultado en 1163 sacaron del sepulcro su cadáver y estaba incorrupto, como si estuviera recién muerto. Las gentes consideraron esto como un milagro. Poco después el rey Felipe III se hallaba gravísimamente enfermo y los médicos dijeron que se moriría de aquella enfermedad. Entonces sacaron los restos de San Isidro del templo a donde los habían llevado cuando los trasladaron del cementerio. Y tan pronto como los restos salieron del templo, al rey se le fue la fiebre y al llegar junto a él los restos del santo se le fue por completo la enfermedad. A causa de esto el rey intecedió ante el Sumo Pontífice para que declarara santo al humilde labrador, y por este y otros muchos milagros, el Papa lo canonizó en el año 1622 junto con Santa Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier y San Felipe Neri.
Patrón de Madrid, donde nació hacia el año 1070 y murió en 1130. Su cuerpo, conservado incorrupto a través de los siglos, estuvo sepultado durante cuarenta años en el cementerio de San Andrés, de Madrid, y más tarde trasladado a la iglesia del mismo nombre. Es venerado en muchos lugares como patrón de los labradores. Y tal lo ha proclamado recientemente, de los de España, el Papa Juan XXIII. — Fiesta: 15 de mayo.
En la existencia de San Isidro hay todo un programa de vida humilde, de honrada laboriosidad, de piedad sencilla. Es difícil precisar toda la realidad histórica y humana de sus días; llegan éstos a nosotros, como en tantos otros Santos, envueltos en una aureola de leyenda. Su vida modestísima y metódica podría escribirse en muy pocas líneas, de no ser tantos los milagros que se le atribuyen.
Isidro nace en Madrid cuando reina en Castilla Alfonso el Bravo. Probablemente fue bautizado en la parroquia de San Andrés, una de las pocas que los habitantes de la villa lograron salvar durante la dominación de los árabes. Bueno y piadoso, frecuenta desde su niñez el antiguo templo de Nuestra Señora de la Almudena, tan predilecta de los madrileños. Hijo de humildes labriegos, ayudaría a su padre en el cultivo de las tierras, cavando, arando, o conduciendo la carreta.
Cuando mueren sus progenitores, siendo él muy joven, invitado por el caballero Vera, entra a su servicio, pasando al cultivo de sus campos.
Nos narra una bellísima tradición, dándonos a entender su extraordinaria sensibilidad, que cuando Isidro siembra el trigo, nunca se olvida de lanzar algunos puñados de simiente fuera del surco para que sirvan de alimento a los pájaros y a las hormigas, que también son de Dios, como él decía: «Para todos da su Divina Majestad». Tenemos sin duda en la figura de San Isidro un avance y una auténtica plasmación del espíritu de San Francisco de Asís.
Otro rasgo de su generosidad: cuando va al molino da a los pobres que cruza por el camino casi todo el trigo que lleva en el costal, pero la tierra, siempre generosa por bendición del Señor, le devuelve con creces lo repartido. Tan es así, que durante sus servicios al caballero Vera, sus heredades se convierten en las más labradas, sus yuntas en las más robustas y lucidas, sus sementeras en las más abundantes y regaladas por la lluvia.
Y es ésta la causa que excita la envidia de sus vecinos, los cuales le acusan ante el amo, a pesar de los frutos cosechados, de descuidado y negligente en el cuidado de las tierras. Pero el cielo toma de su cuenta la defensa; y dice la tradición que habiendo salido un día su amo para vigilarle y confirmar la acusación de que su criado es objeto, observa desde una altura la faena del labrador, viendo sorprendido que a las horas que Isidro dedica a la oración, arrodillado a distancia de la yunta, los bueyes siguen solos arando la tierra, abriendo en ella rectos y profundos surcos.
Otro milagro semejante vendrá más tarde a iluminar su vida, cuando en parecidas circunstancias otro de sus patronos contemple la yunta guiada por dos ángeles, mientras Isidro está sumido en la plegaria.
Cuando Alí, rey de los almorávides, se apodera de Madrid, Isidro, como otros muchos cristianos, abandona la villa y se retira a Torrelodones entrando de criado de unos labradores. De nuevo es objeto de murmuraciones por su devoción a la imagen de Nuestra Señora de la Cabeza, en cuya iglesia pasa orando largas horas, que dan ocasión para que unos pocos se sientan movidos a imitarle y muchos a acusarle de holgazán.
En este tiempo elige como compañera de su vida a una esposa digna de él. Contrae matrimonio en Torrelaguna con una joven de Uceda llamada María de la Piedad, la cual también más tarde ha de ser venerada en los altares con el nombre de Santa María de la Cabeza.
La profunda vida de piedad que llevan los esposos, es bendecida por Dios con varios prodigios; entre ellos se cuenta la salvación milagrosa de su único hijo, que en un descuido de su madre había caído en un pozo; y el paso a pie de las aguas del Jarama, con que Dios premió la pureza de María de la Piedad, desvaneciendo de esta manera las sospechas que algunos hombres perversos habían logrado suscitar en el corazón del esposo.
Isidro es el hombre del vivir sencillo, dividido pacíficamente en sus tres grandes horizontes: el hogar, el trabajo y la oración. San Isidro Labrador nos trae un auténtico mensaje evangélico de fidelidad, de espíritu de trabajo armonizado con una intensa devoción de humildad y fortaleza en el sufrir las injusticias, y sobre todo de gran caridad para con los necesitados, a quienes diariamente hacía partícipes de su frugal comida.
San Isidro Labrador será siempre una lección y un acicate de recia cristiandad para cuantos ganan cotidianamente su pan con el sudor de su frente. Por esto la Iglesia ha querido glorificarlo.
A los casi cuatrocientos años de su muerte, el Papa Gregorio XV lo canonizó, al mismo tiempo que a Santa Teresa de Jesús y a otros Santos españoles. Ha podido decir bellamente un escritor, que el arado y la esteva de San Isidro han subido a los altares junto con la pluma de la Seráfica Doctora. Los numerosos milagros obtenidos por su valimiento clamaban por tan alta glorificación canónica.
Madrid y España entera honran a San Isidro con afecto especialísimo. Delante de su sepulcro se han postrado nuestros reyes; nuestros arquitectos le han erigido templos; los más altos poetas del Siglo de Oro español, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Espinel y otros, lo han cantado en versos inmortales.
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